miércoles, 6 de junio de 2007

Escape

Piensa en él oyendo canciones de José Luis Perales guardadas en su pendrive. Sentada en un banco, cerca de los juegos, siente la tibieza de los rayos del sol en su rostro. Aún su lengua retiene el sabor dulzón del chocolate que comió. Él no sabe que salió y ojalá que no se dé cuenta. Que duerma y le regale, esos minutos de alivio, de luz y de calor.

Piensa en tiempos lejanos, casi como si fueran los recuerdos de otra persona। Él le cantaba al oído, tomaba su mano y la miraba con ojos de amor. Ella se embriagaba de él. Él lo envolvía todo y ella flotaba en la nube en que él la había subido. Una caricia la estremecía entera. No le importó en ese momento qué sucedería después. Vivía el presente como si no hubiese un mañana.

Recuerda cómo él la contenía, controlaba, la hacía entrar en razón o salir rápido de ella para volar, navegar, correr, andar por los parajes de la locura, del amor, de los sueños y de los imposible.

Hoy le agradece, de cara al sol, los momentos, los mordizcos a sus labios, los abrazos a su lengua y las miradas deseosas. Le agradece las manos tomadas, los brazos rodeándola y los dedos en su cabello. Le agradece la paciencia, hasta donde duró. Ella sabía que se acabaría. Siempre lo supo. Prefirió olvidarlo. Era tan feliz.

Cuando ella no quiso ser absorbida por él y no quiso desaparecer bajo el campo magnético que tanto la atraía, supo que era el fin। No quiso desaparecer bajo el pesado manto de proyecciones, seguridades, control. Quiso escapar de un futuro dirigido y de servidumbre, por cómodo que fuese.

Un manotazo hizo volar por los aires sus sueños y los rompió en mil pedazos, algunas marcas quedaron en la pared del comedor। Un diente quedó en el suelo y sus ambiciones se desprendieron de ella. Un torrente rojo de dolor e impotencia brotó de su nariz. Sus ojos brillaban y su alma transparente, tibia y dulce bajó por sus mejillas y se perdió en el río carmesí. Él, con una botella de vidrio trató de aplastar los recuerdos y vestigios de identidad que quedaban en su cabeza. Estaban bien enraizados. Golpeó y golpeó, cada vez con más fuerza. Su cráneo se trizó. Ella cerró los ojos y dejó huir por ahí lo poco que quedaba de sí misma.

Ahora vaga buscando los restos de su memoria, los restos que la harían volver a ser ella.
Si los encuentra, podrá zafarse de la vida que nunca quiso tener. Por eso se sienta en las plazas, para ver si pasa por ahí lo que un día dejó escapar.