Todos los días me tiro en el pasto cuando hay sol por la mañana. A veces saco el chal que ponen en mi casa para que no pase frío por las noches, lo pongo sobre el pasto y me echo sobre él. Duermo bien, no paso frío. Cuando veo que vienen con el chal muevo la cola y entro rápido a la casa.
Me gusta mirar a esos bichos que andan en fila y apurados. A veces tapo a uno con mi pata. Siempre pasan por abajo de ella. No sé cómo lo hacen. Miro mi pata para ver si tengo algún hoyo por el que puedan haber pasado y no. Mi pata no tiene hoyos, sólo montículos y garras. Los bichos deben ser tan chicos que caben en el espacio entre mi pata y el suelo.
Me gusta moverle la cola a la gente. La veo pasar todos los días. Algunos me dan pan. Otros me hacen cariño. No me gusta que vengan perros de otras casas y hagan caca en el pasto de afuera. Es mi territorio. Mis dueñas lo riegan y limpian. Les ladro a los intrusos. Les ladro lo más fuerte que puedo. Ellos se burlan de mí. Me miran. Nada más. Sólo porque no puedo salir a defender lo que es mío. Estoy tras estos barrotes negros. Cada vez que alguien se descuida, me escapo y marco un poco afuera. No dura mucho. Luego llegan otros a mear.
No me dejan salir mucho. Nunca, de hecho. No me sacan ni pa´ los temblores, como he oído decir por ahí. Envidio a esos perros que pasean con sus dueños en la calle. Sobre todo a los que pueden ir sin correa. Como odio a los que pisan mi pasto y lo mean. ¡Que se vayan a mear a otro lado! A veces sale mi dueña grande y los echa. Yo me siento mal, humillada, porque es como decirme que yo no soy capaz sola. No saben nada del honor canino. Ellos se burlan de mí. Me miran. Es todo lo que basta para hacerme hervir la sangre. Ladrar, ladrar, golpear con mis patas los barrotes, es todo lo que puedo hacer cuando eso sucede. Sólo pensarlo me hace querer explotar.
Ladro y ladro, tan enojada, que termino chillando. Otra razón más para que se burlen de mí. Porque ladro como "niñita". Tan agudo que hago sufrir de dolor de oídos a mi dueña. Sale a hacerme callar. Me grita con el ceño fruncido. Así termina de humillarme. No basta con tener que ver que otros perros se paseen y usen mi territorio, ¡NO! Ahora tiene que venir ella a desautorizarme frente a los demás. Y en el único espacio exclusivo que me queda.
Bueno, en realidad no es tan exclusivo tampoco. O sea, no tengo ningún territorio sobre el que domine sólo yo. Tengo que compartir el antejardín con un armatoste inmenso que tiene unas cosas redondas abajo, parecen sus patas. "Auto", he oído que le llaman. Mi ama se sube a él. Lo tiene domesticado parece, porque le obedece en todo. A mí también me tiene domesticada, pero nunca voy a dejar que se suba en mi lomo, aunque la quiera mucho. ¡Qué aberración! Las mascotas no estamos hechas para eso.
No todo es tan malo...como dije al principio, duermo calientita en mi casa. Todos los días me ponen comida en un plato y agua en otro. A veces, me dan algo que se llama galleta. También me dan huesos. Pero éso es de vez en cuando. Yo no sé por qué me dan ganas de saltar cuando veo la comida. Quiero ser su amiga, pero le doy miedo, porque soy más grande que ella. Salto tan entusiasmada que la rompo y queda esparcida en pedacitos por todo el suelo. Por eso debe tenerme miedo, porque la rompo. Cada vez que la ponen en el plato, la comida no quiere jugar conmigo.
Mis dueñas pasan sus patas, a las que les dicen "manos" por mi cabeza y orejas. Me rascan la panza. Me hablan bajito y muestran sus dientes, pero no para pelear, sino que para demostrarme que me quieren y que les agrado. Los humanos son distintos a nosotros. No muestran sus dientes para pelear, lo hacen para hacer amigos.
Cuando pelean hacen lo equivalente a ladrar: "gritar". En eso sí que nos parecemos. Cuando yo me enojo con algunos de los perros o los gatos del pasaje, les ladro hasta quedar sin guau. No puedo controlarme y viene mi dueña a hacerme callar. No me deja de molestar eso. Yo no las hago callar a ellas cuando grita en la casa grande. Y eso que son gritonas, porque a veces chillan sin motivo, y muestran los dientes. Eso no debe ser una pelea. Pero no sé qué es. Son tan raros los humanos...
En la casa grande hay dos gatos. Una gorda y y otro peludo y flaco. A ella le dicen Josefina y a él Poncio León. A veces sólo les dicen gatita y gatito. A mí me dicen niña, perra y perrita. Pero hay una palabra que escucho siempre:Anastasia.
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