Quiere terminar con todo de una vez. La toma de la polera y la arrastra hasta la cocina, abre la puerta y la saca al patio. Está oscuro y ella está inconsciente, aunque a veces se mueve como si fuera a despertar. Tiene un corte en la frente y otro del que salen borbotones de sangre en el cuello. Ella tiene la culpa, él le dijo que no lo engañara, que no lo traicionara y no hizo caso.
Esa tarde cuando él llegó a casa la vio conversando con un hombre en el portón. Dijo que era el nuevo conserje del condominio. Él no le creyó. "Puta". Ella dijo que no seguiría dando explicaciones en vano, que lo amaba, que sólo quería estar con él. "¡Mentira! Siempre estái' buscando a otros, ¿no te basta conmigo? ¿No te dai' cuenta que me hace mal verte poniéndome el gorro en mi propia casa? ¿Creí' que soy huevón?". No, no creía eso. Creía que estaba loco de celos, loco de inseguridad, loco de paranoia, pero huevón no era. Por algo no dijo nada cuando la vio en la entrada de la parcela, conversando con el joven, el nuevo conserje, que iba a presentarse. Ni se inmutó.
Ahora le gritaba y su cara se hinchaba y enrojecía. No lo reconocía. Lloraba. Él le dijo que con lágrimas no iba a retroceder el tiempo. El error ya estaba hecho. "¡Entiende! Nunca te he engañado...". "¡No te creo!". La tomó por la cabeza y la arrojó contra la pared. Ella quedó inmóvil y él empezó a patearla con toda la fuerza que tenía. "Puta". La obligó a pararse y ella apenas en pie, no se atrevía a decir nada. Tenía la nariz y el ojo derecho hinchados. Trató de huir, pero él la alcanzó y la empujó de frente a la mesa de vidrio del comedor. Se cortó la frente. Quedó tirada unos minutos. Él tomó una botella de cerveza de las varias que habían en la mesa y se la trató de romper en la cabeza. No lo logró y dio en el cuello. La sangre empezó a teñir la alfombra felpuda.
Ahora la observa en el patio y no puede creer que esa criatura tan hermosa, frágil, celestial le haya hecho eso. "Engañarme... Puta". Ella despierta. Abre los ojos redondos y desorbitados. Él la arrastra hasta la piscina y sumerge su cabeza al agua, la sostiene lo más firme que puede. Un segundo, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Ella agita los brazos de un lado a otro, como cuando se aprisiona a un ave entre las manos y quiere volar. La saca. "¿Pensaste que no me iba a dar cuenta? ¿ah? Puedo tener la cara de huevón, pero no lo soy... ¡Quizás con cuantos huevones te metiste!".
La hunde de nuevo. Ella bate sus alas. Quiere volar, pero no puede. Siempre ha sentido esa sensación de ahogo, pero ahora es cuando cree ya no da más. Cuando lo conoció, pensó que por fin sería libre, que todos sus sueños se harían realidad, porque ya no estaba sola. Con él, podría construir un mundo propio. Ser libre de ataduras, del qué dirán. Con él, se iba a librar la burbuja en que la hacían vivir sus papás. Ellos pensaban lograr sus ambiciones juveniles a través de su vida. No. Ella no estaba para eso. Apareció él y pensó que era tan bueno, tan comprensivo, cariñoso, alegre, chispeante...El que ahora le hunde la cabeza en el agua, es otra persona. "No es el hombre de quien me enamoré".
Ella quiere ser libre. Pensó que con él podía lograrlo. Se equivocó. Ojalá no saque su cabeza del agua. Si todo llega al fin, podrá ser libre. La piscina es un mar de sangre. Él la mantiene hundida con fuerza. Ella aletea para emprender el vuelo. Poco a poco comienza a moverse menos. Ahora tirita de repente. Ya se detuvo por completo. Es libre, como siempre quiso serlo.
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