viernes, 1 de junio de 2007

Consuelo II

Y mientras esperaba empezó a pensar en todo lo que había vivido en el último año y medio, la separación que no se concretó, la enfermedad de su marido, la muerte de su abuela, la de su padre y la responsabilidad de que todo siguiera funcionando bien.

Les había costado mucho llegar a esas instancias. Siempre discutían y sabían que ya no daba para más, pero seguían juntos. Hasta que ella se cansó de que él nunca reconociera sus errores y decidió poner fin a la situación. Él se entristeció mucho. Comenzó a enfermarse seguido, bajó de peso, se veía pálido y cansado. Iba al trabajo en auto, para no agotarse con las escaleras del metro.

Él le pedía otra oportunidad. Ahora que sabía que ella ya no sería suya, lo sentía, sentía el vacío que quedaría en él. A pesar de todo, se compró un departamento cerca de la casa. Ya estaba todo listo. Habían conversado sobre cómo sería la vida cuando ya no vivieran bajo el mismo techo. Él le dijo que quería pololear con ella cuando se fuera. Ella le dijo que no iba a tropezar con la misma piedra dos veces. Le dio pena acordarse de eso. Si hubiera sabido lo que pasaría y el amor que él sentía por ella. Lo supo después. Ya era demasiado tarde.

Apareció el conserje para decirle que había llegado la joven. Ella bajó del auto y se acercó a ella. Era linda. Tenía el pelo largo y castaño, y la tez lisa y clara. Se saludaron con una sonrisa. Subieron. A la joven le encantó el departamento. "Qué lindo, qué tranquilo, qué bien distribuido el espacio". Tenía 24 años y llevaba dos años de casada. Habían pololeado dos años antes. Había estudiado una carrera antes de casarse, pero no terminó por falta de dinero. Ahora había empezado a estudiar otra vez, con el apoyo de su esposo. Él la llamó al celular. "¿Alcanzo a llegar para ver el departamento?". "Sí, obvio, te espero".

A los minutos después, apareció él. Agitado y sonriente. Era alto y robusto, usaba lentes. Había estudiado informática y ahora tenía dos trabajos, además de los pitutos. Saludó a su mujer con un beso y a su posible arrendadora con un fuerte apretón de manos. Le gustó mucho el lugar. Lo encontró todo bonito. Le explicó a ella que a lo mejor no podría pagar de inmediato el mes de garantía, pero sí el primer mes de arriendo. Le dijo que le llevaría su papel de antecedentes, que tenía dos contratos indefinidos, que había pedido un crédito que estaba al día, que ganaba 400 mil pesos fijo y que no tenía cuenta corriente.

A ella le cayeron bien. Los quiso ayudar. Pensó que eran personas honestas y que debía darles la oportunidad de confiar en ellos. Ellos dijero que se querían mudar el sábado de esa semana. Firmarían el contrato el viernes. Ella dejaría que le pagaran el mes de garantía en dos cuotas. tenía que confiar en ellos, por la señal. Se despidieron los tres sonrientes y ella partió a su hogar.

Contó a sus hijas lo que había pasado. Que esperaba, que la canción, que la señal, que la pareja joven, que la honestidad y que el departamento tenía nuevos arrendatarios. Se emocionó. Sus ojos enrojecieron, brillaron y algunas lágrimas rodaron por sus mejillas. "Ésta no ha sido una buena semana para mí, pero saber que tú papá está aquí, con nosotras, me deja más tranquila".

Fue a limpiar el jueves. Lavó la alfombra, las ventanas y sacudió. Cuando volvió a su casa, se sintió por fin con ánimos de ir a nadar, así que fue con su hija menor. Esa semana había sido de verdad mala para ella. Se daba vueltas por las noches pensando en los últimos minutos de él, en que no merecía eso, en que por qué, por qué, por qué. Se sentía sola.

Nunca había sentido la soledad, a pesar de no ser muy sociable. Ella estaba bien. Le gustaba que su círculo fuera su familia. Ahí la querían, ahí estaba su lugar. No tenía amigas ni amigos, pero por opción propia. Se bastaba a sí misma para resolver sus cosas. Cuando la invitaban a salir, por lo general a ella le daba lata y prefería quedarse con sus niñas. Pero ahora las cosas eran diferentes. Sabía que él no estaba. Era una ausencia. No sabía que le haría tanta falta ni lo mucho que le dolería saber que él no existía.

Cuando él estuvo vivo, ella siempre pensó que él sin ella no sería nada. No sabía planchar, ni cocinar, ni lavar, ni hacer aseo, ni coser, ni criar a sus hijas, ni pedir una hora al doctor. Nada, no hacía nada solo. Por otro lado, le exigía a ella que lo hiciera todo y que lo hiciera bien. Ella lo acostumbró así desde que recién se casaron, porque estaba enamorada y quería satisfacerlo en todo y además quizás hacía dejaría de buscar placer afuera.

Con el pasar de los añós ella empezó a liberarse cada vez más, al darse cuenta de que él no reconocía sus errores y que no valía la pena tanto sacrificio। Para qué, si él no la iba a querer más por todo lo que ella hacía y no sabía si en realidad, quería ya que él la amara, si en realidad ella le tenía cariño y no amor.

Todo con él era una discusión. Todo lo que ella decía él se lo rebatía y al revés. Sentarse a comer en familia era pura tensión. Por cualquier detalle, la ira podía estallar. Primero él hablaba lento y articulando mucho como si ella fuera tonta. Ella se enojaba y respondía rápido con palabras cortantes que volaban como navajas sobre su contendor. Él las esquivaba con más y más argumentos, lentos y articulados, lejanos, fríos, como bombas que caen sobre el enemigo, sin dejarle ver la ira de quien las arroja. De pronto ya él se daba cuenta de que su estrategia no funcionaba y empezaba el ataque cuerpo a cuerpo, con ataques directos al enemigo. Se sacaban en cara cosas, que tú siempre haces esto, o lo otro y terminaban subiendo más y más el tono hasta que de repente él ya no aguantaba más, se paraba brusco, se iba y todo quedaba en silencio.


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