jueves, 31 de mayo de 2007

Consuelo

Se subió al auto, cerró la puerta y encendió la radio. Sonaba "My Way", de Frank Sinatra. No era la primera vez que pasaba. Cerca de uno o dos meses antes, cuando hacía un trámite con sus hijas en la notaría, también le sucedió. Estaban ahí para firmar el acuerdo que decía que sus hijas, delegaban en ella el poder para hacer y deshacer con el dinero que heredaron de su esposo. Era importante. Eso era lo que él quería, lo que sus hijas querían y lo que ella quería. Cuando habían firmado, una de ellas le dijo: "¡Mamá! Escucha". Era aquella melodía, saliendo por los pequeños parlantes negros pegados al techo de la estancia de paredes que parecían madera. Se quedaron en silencio por un momento. Tragó saliva. Quiso llorar. "Esto es por algo". No podía dejar de pensar que era una señal, una buena señal.

Se acomodó en el asiento mientras esperaba a que llegara la joven a la que le mostraría el departamento para arrendarlo. Hacía frío
así que pidió al conserje que le fuera a avisar al auto cuando ella llegara. El departamento lo había comprado su esposo cuando se estaban separando. No sabían en ese momento que seguirían juntos, hasta la muerte. "Es de nuevo esta canción, es otra señal". La joven y su esposo debían ser perfectos para arrendar. "Eso debe ser lo que él quiere".

Ella sentía que su esposo siempre le decía cosas de esa forma: con signos que tenía que interpretar. Semanas atrás, había ido a ver qué le correspondía legalmente como esposa del difunto. "Nada". Ella no lo podía creer. En 20 años no había conseguido ninguna pertenencia, todo por haberse casado con separación de bienes. "Por orgullosa". No se casó con asociación matrimonial, porque después tendría que pedir autorización para todos los movimientos de negocios y platas, a su marido. Ella no quería eso. Pero días despues de que le dijeran que no tenía nada, le dijeron que se habían equivocado, que igual el 50% de las cosas eran suyas y el otro 50%, de sus hijas. Se puso feliz. En 20 años, no estuvo chupándose el dedo, sino que trabajó por su familia. Por construir a una, una que estuvo a punto de separarse.

Después de la buena noticia, ella fue a su casa, dejó el auto afuera y al abrir la reja se dio cuenta de que la puerta de entrada a la casa estaba abierta hasta atrás। Le preguntó a su hija si ella se le había quedado abierta y ella le dijo que no, que recién había pasado por ahí y estaba cerrada. "Otra señal". Ella pensó que él le estaba diciendo: "¡Entra, tonta! Si ésta es tu casa".

Así ella había estado viviendo de señales hasta ese día, en que esperaba por la potencial arrendataria del departamento। Y seguía haciéndolo. No era algo que ella hubiese escogido, era algo que sólo resultaba así. Siempre en momentos cruciales, ella sentía que él se hacía presente, como dando a entender que estaba de acuerdo con lo que ocurría. Ella creía firmemente en eso. En que las señales eran expresión de su esposo muerto.

Nunca sintió que lo que ella percibía, esas manifestaciones de él, pudieran ser formas de consuelo que ella misma se creaba, para pensar que él, donde quiera que estuviese estaba bien y conforme. Que a pesar de no existir en cuerpo, se presentaba y preocupaba por ella y las niñas. Sentía que volvía de vez en cuando a echar una ojeada. Ella no era capaz de vivir, pensando que él ya no estaba en ninguna parte. Tenía que aferrarse a algo y eso eran las señales, pequeños salvavidas que le ayudaban a salir a flote y le decían: "Estoy aquí para tí cuando me necesites". Y por lo demás, ¿quién podía asegurar si era él o no? No hacía daño a nadie con su pequeño consuelo.


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