Qué pasó... quién sabe... Las ganas de morir me acompañan siempre. Las ganas de explicarlo me carcomen. No hay un por qué. No soporto que no haya un por qué. Lo necesito. Lo necesitan. En mi estómago cabe de todo, pero mi cuerpo no absorbe ni la mitad de lo que hay ahí. Qué ganas de hacerme daño, de las más estúpidas y cobardes formas. Dejaría de comer o comería mucho. Fumaría por montones. Bebería muchos litros de alcohol. Haría el ridículo frente a todos. Tendría malas notas. No dormiría. No haría deporte.
Soy cobarde. Mejor, que pase luego la vida para estar abandonada en un asilo o qué ganas de que me atropellen para dejar de existir de una vez por todas. Qué ganas de que me asalten y me acuchillen. Qué ganas de que me disparen. De que me corten en pedacitos. Qué ganas de que rompan mi piel. Que rompan mis genitales. Que me humillen y terminen conmigo. Y ojalá que de verdad tengan éxito.Porque yo no lo haré. Todos lo sabemos. Y no lo haré, aunque quiera hacerlo. Me cortaré las venas con hojas de lechuga y dejaré de ver televisión un rato. Fumaré y dejaré de comer un rato. Después me llenaré. Y después me encerraré en mi pieza.
Es que tengo pena. Y es que tengo ganas de morir. Pero no me atrevo. No lo haré. Eso odio de mí: la cobardía. Lo intenso que es el sentimiento y lo fácil que se me hace negarlo. Quiero morir, pero no se nota. Qué bien. No lo haré. Viviré con las ganas. Como una suicida frustrada.
viernes, 29 de junio de 2007
martes, 26 de junio de 2007
Cuesco de durazno
Esos duraznos eran grandes y redondos como una pelota de tenis. De piel lisa y brillante. Cuando llegamos a la sala de espera, le di el primer mordizco al mío. Estaba contenta. Pensé que cuando despertaras te contaría que habíamos comprado duraznos súper baratos en el súpermercado. Sonreí al pensar que tú dirías que estábamos locas y que la sala de espera no era para hacer pic nic. Sonreí al imaginar tu cara de reprobación y resignación, como aceptando que en realidad éramos un caso perdido y mejor te lo tomabas para la risa.
El sabor dulce de la carne amarillo oro me hizo pensar en los días cuando despertaras y saliéramos de ahí. De ese lugar blanco, azul, lleno de gente que esperaba todo el día, junto a nosotros. Imaginé días con sol y tú regando afuera, en medio de un verde intenso. Miré la fruta redonda y sin fisuras, interrumpida por mi mordizco, así como tu vida y la nuestra había sido cortada hace más de un año atrás. No importaba. Estaba contenta. Ibas a estar bien y yo te iba a contar que habíamos comido duraznos. Eran perfectos: dulces, pero no hostigosos; duros, pero no verdes; húmedos, pero no goteaban jugo pegajoso. Te habrían gustado. Con sólo verlos habrías pedido a mi mamá que te picara uno y te lo llevara a la pieza.
Seguí comiendo, sintiendo el sabor fresco en mi boca y pensando en qué haríamos cuando despertaras. Estaba contenta. Habían dicho que estabas un poco mejor. Yo me ilusioné. Esperé lo mejor. Terminé de mordisquear mi durazno pelado y quedó sólo el cuesco, feo, oscuro, duro, lleno de surcos. Lo boté a la basura. Me hubiese gustado que no se acabara. Pero estaba contenta, porque ya ibas a despertar.
No me explico lo que pasó al día siguiente. Te fuiste y no has regresado hasta hoy. Parece que no vas a volver. Recuerdo que ese día pensé en el cuesco de mi duranzo. Traté de entender lo que sentía. Traté de integrar mi desorientación y mis moléculas, que estaban por huir cada una por su lado, en un cuerpo con brazos y piernas, que siente y que piensa. En una dirección. Por un camino. Sólo logré traer a mi mente ese cuesco. Me habían despojado de mi carne y quedaba llena de hendiduras, desnuda, oscura. Lo mejor para mí era que me tomaran por un desecho más y me dejaran morir en la basura. Estaba vacía y no quedaba nada para ofrecer.
El sabor dulce de la carne amarillo oro me hizo pensar en los días cuando despertaras y saliéramos de ahí. De ese lugar blanco, azul, lleno de gente que esperaba todo el día, junto a nosotros. Imaginé días con sol y tú regando afuera, en medio de un verde intenso. Miré la fruta redonda y sin fisuras, interrumpida por mi mordizco, así como tu vida y la nuestra había sido cortada hace más de un año atrás. No importaba. Estaba contenta. Ibas a estar bien y yo te iba a contar que habíamos comido duraznos. Eran perfectos: dulces, pero no hostigosos; duros, pero no verdes; húmedos, pero no goteaban jugo pegajoso. Te habrían gustado. Con sólo verlos habrías pedido a mi mamá que te picara uno y te lo llevara a la pieza.
Seguí comiendo, sintiendo el sabor fresco en mi boca y pensando en qué haríamos cuando despertaras. Estaba contenta. Habían dicho que estabas un poco mejor. Yo me ilusioné. Esperé lo mejor. Terminé de mordisquear mi durazno pelado y quedó sólo el cuesco, feo, oscuro, duro, lleno de surcos. Lo boté a la basura. Me hubiese gustado que no se acabara. Pero estaba contenta, porque ya ibas a despertar.
No me explico lo que pasó al día siguiente. Te fuiste y no has regresado hasta hoy. Parece que no vas a volver. Recuerdo que ese día pensé en el cuesco de mi duranzo. Traté de entender lo que sentía. Traté de integrar mi desorientación y mis moléculas, que estaban por huir cada una por su lado, en un cuerpo con brazos y piernas, que siente y que piensa. En una dirección. Por un camino. Sólo logré traer a mi mente ese cuesco. Me habían despojado de mi carne y quedaba llena de hendiduras, desnuda, oscura. Lo mejor para mí era que me tomaran por un desecho más y me dejaran morir en la basura. Estaba vacía y no quedaba nada para ofrecer.
viernes, 22 de junio de 2007
Mala perdedora
Me encanta conversar contigo. Mirarte. Sentarme junto a tí. Me gusta que te rías de lo que digo. Que te burles de mí. Que inventemos planes para el futuro. Planes imbéciles, sólo por el placer de inventar. Si supieras que me encantas... se acabaría. Ya nada sería igual. Me gusta que me mires y que te pongas nervioso cuando devuelvo la mirada. Y ves hacia otro lado y yo también. Y vuelves a mirar y te descubro otra vez. Es un juego que se repite todos los días. Qué viciosos.
Me gustan los juegos. Sobre todo esos en los que yo pongo las reglas. Sobre todo los que no necesitan que los participantes se pongan de acuerdo, porque las cosas sólo fluyen. A veces creo que estoy jugando sola. Pero de pronto, respondes en los códigos de mi juego y sé que tú también juegas. Yo tengo mi juego contigo. Tú tienes un juego conmigo. Y somos egoístas, porque tenemos juegos paralelos y no queremos compartirlos. Es mejor así. Yo pongo mis reglas, tú pones las tuyas. Nadie discute.
Si juntáramos las fantasías que tenemos en la mente, sé que vamos a estar en desacuerdo. Y yo no voy a querer dejar de jugar el juego como a mí me gusta. Tú vas a querer tener tus reglas y jugar como lo has hecho hasta ahora. Nos separaríamos y no podría jugar más contigo, porque aunque es MI juego, necesito que estés TÚ para jugarlo. Y no quiero dejar de hacerlo. Ya estoy en una de las etapas más avanzadas. No sé si tú en tu juego tienes etapas como las mías, pero no creo que quieras dejar de jugar. Te gusta. Se te nota cuando me miras.
Si dejo de jugar, voy a destruir todos los castillos en el aire armados y conseguidos hasta acá. Mi puntaje va a quedar en cero. Soy muy mala perdedora. Si tú dejas de jugar, vas a perder. Y no puedes tolerar la derrota. Si mezclamos los juegos, vamos a tener que reiniciarlo si es el mismo. Si son distintos, vamos a tener que sacar uno nuevo de los dos. Eso tomaría tiempo, tiempo que no estoy dispuesta a dar. Prefiero seguir jugando sola, porque avanzo más rápido y no paso malos ratos.
Creo que perdiste. Dejaste de mirarme y hablarme. Estás lejos y si yo no estoy, no puedes jugar. ¿No quieres jugar más? Parece que sí podías tolerar la derrota. Obvio, si encontraste otro juego. Me podrías haber avisado, porque si tú dejas de jugar conmigo, entonces me obligas a buscar a otra persona para jugar. Porque este juego es sólo contigo. Qué egoísta eres. No pensaste en ningún momento que si tú dejabas de jugar, me ibas a dejar a mí sin diversión y con el fracaso a cuestas. Y yo, soy muy mala perdedora.
Me gustan los juegos. Sobre todo esos en los que yo pongo las reglas. Sobre todo los que no necesitan que los participantes se pongan de acuerdo, porque las cosas sólo fluyen. A veces creo que estoy jugando sola. Pero de pronto, respondes en los códigos de mi juego y sé que tú también juegas. Yo tengo mi juego contigo. Tú tienes un juego conmigo. Y somos egoístas, porque tenemos juegos paralelos y no queremos compartirlos. Es mejor así. Yo pongo mis reglas, tú pones las tuyas. Nadie discute.
Si juntáramos las fantasías que tenemos en la mente, sé que vamos a estar en desacuerdo. Y yo no voy a querer dejar de jugar el juego como a mí me gusta. Tú vas a querer tener tus reglas y jugar como lo has hecho hasta ahora. Nos separaríamos y no podría jugar más contigo, porque aunque es MI juego, necesito que estés TÚ para jugarlo. Y no quiero dejar de hacerlo. Ya estoy en una de las etapas más avanzadas. No sé si tú en tu juego tienes etapas como las mías, pero no creo que quieras dejar de jugar. Te gusta. Se te nota cuando me miras.
Si dejo de jugar, voy a destruir todos los castillos en el aire armados y conseguidos hasta acá. Mi puntaje va a quedar en cero. Soy muy mala perdedora. Si tú dejas de jugar, vas a perder. Y no puedes tolerar la derrota. Si mezclamos los juegos, vamos a tener que reiniciarlo si es el mismo. Si son distintos, vamos a tener que sacar uno nuevo de los dos. Eso tomaría tiempo, tiempo que no estoy dispuesta a dar. Prefiero seguir jugando sola, porque avanzo más rápido y no paso malos ratos.
Creo que perdiste. Dejaste de mirarme y hablarme. Estás lejos y si yo no estoy, no puedes jugar. ¿No quieres jugar más? Parece que sí podías tolerar la derrota. Obvio, si encontraste otro juego. Me podrías haber avisado, porque si tú dejas de jugar conmigo, entonces me obligas a buscar a otra persona para jugar. Porque este juego es sólo contigo. Qué egoísta eres. No pensaste en ningún momento que si tú dejabas de jugar, me ibas a dejar a mí sin diversión y con el fracaso a cuestas. Y yo, soy muy mala perdedora.
jueves, 21 de junio de 2007
Voy a buscarte
A veces me desespero. Siento ganas de ir a buscarte. Quiero saber qué fue de tí. Dónde estás. Cómo estás. Pero no sé cómo hacerlo. Ni dónde podría empezar. ¿A quién le pregunto? Y me desespero. Deberías haber dejado una dirección. Un número de teléfono. No entiendo por qué tanto misterio. Me da rabia. Siempre hubo cosas que no supe de tí. Y aún es así. No sé dónde ni cómo estás o qué haces. No sé si eres feliz. Nunca lo supe en realidad. No sé si te acostumbras. No sé si para tí el cambio fue tan brusco como para mí. Y me desespero.
Me doy cuenta de que en toda una vida, no supe mucho de tí. Y después, sigo sin saber. Y quiero ir a buscarte. Pero dónde. Estás evitando los lugares acostumbrados. Porque ya he estado ahí. Y tú no estás. Era tan simple como que dejaras una dirección. Una indicación para buscar en un mapa y yo te aseguro que habría llegado. Tengo todas las ganas. Quiero hacerlo. Pero ¿cómo actuar? El cassette de Pin Pon que nos regalaste, decía que hay que actuar con "mucho método, método, método, método, mé- to- do". Puta. De a dónde lo saco. Tengo la energía y no sé cómo usarla para encontrarte. Hubieses dejado una lista con instrucciones para eso. Si dejaste para todo lo demás, ¿por qué no dejaste para encontrarte? Y me desespero. Me muevo. Grito. Canto. Bailo. Salto. Se me hace pequeño el espacio. Me presiona, me ahoga y tengo que detenerme. Y la energía y las ganas siguen ahí. Y se transforman en rabia, porque fueron frustradas. Fueron contenidas.
Tengo que encontrarte. Así mi cabeza va a dejar de funcionar un rato. Y me voy a detener por voluntad propia, no porque el espacio me quite libertad. La realidad no me deja ir a buscarte. No tengo tiempo para idear un plan. No me dejan. Me piden cosas. Que haga esto, lo otro. Y yo sólo quiero saber cómo encontrarte. Vacaciones. Ése va a ser el momento en que te busque de verdad. Me pongo mi mochila, junto mis cosas, los bototos más firmes, la ropa más abrigada y un montón de chocolates. Empanadas de pino también, por si te encuentro y tienes hambre. Un mapa del mundo y del cielo, en el que se vea cada nube con nombre y número, porque debes tener dirección. Un diccionario de cada idioma, porque le voy a preguntar por tí a todos. Y te juro que voy a buscarte. Espera a que tenga tiempo. Voy a encontrarte.
Me doy cuenta de que en toda una vida, no supe mucho de tí. Y después, sigo sin saber. Y quiero ir a buscarte. Pero dónde. Estás evitando los lugares acostumbrados. Porque ya he estado ahí. Y tú no estás. Era tan simple como que dejaras una dirección. Una indicación para buscar en un mapa y yo te aseguro que habría llegado. Tengo todas las ganas. Quiero hacerlo. Pero ¿cómo actuar? El cassette de Pin Pon que nos regalaste, decía que hay que actuar con "mucho método, método, método, método, mé- to- do". Puta. De a dónde lo saco. Tengo la energía y no sé cómo usarla para encontrarte. Hubieses dejado una lista con instrucciones para eso. Si dejaste para todo lo demás, ¿por qué no dejaste para encontrarte? Y me desespero. Me muevo. Grito. Canto. Bailo. Salto. Se me hace pequeño el espacio. Me presiona, me ahoga y tengo que detenerme. Y la energía y las ganas siguen ahí. Y se transforman en rabia, porque fueron frustradas. Fueron contenidas.
Tengo que encontrarte. Así mi cabeza va a dejar de funcionar un rato. Y me voy a detener por voluntad propia, no porque el espacio me quite libertad. La realidad no me deja ir a buscarte. No tengo tiempo para idear un plan. No me dejan. Me piden cosas. Que haga esto, lo otro. Y yo sólo quiero saber cómo encontrarte. Vacaciones. Ése va a ser el momento en que te busque de verdad. Me pongo mi mochila, junto mis cosas, los bototos más firmes, la ropa más abrigada y un montón de chocolates. Empanadas de pino también, por si te encuentro y tienes hambre. Un mapa del mundo y del cielo, en el que se vea cada nube con nombre y número, porque debes tener dirección. Un diccionario de cada idioma, porque le voy a preguntar por tí a todos. Y te juro que voy a buscarte. Espera a que tenga tiempo. Voy a encontrarte.
Buen Lejos
Camino por la calle. Unos tipos me miran el gordo trasero. Qué linda... Si supieran que tengo la piel reseca. Que recién me tiré un peo. Apuesto a que no pensarían lo mismo. Si supieran que hoy no me bañé. Que tengo sebo en el pelo. Que tengo una espinilla ciega en un cachete. Y que estoy llena de cañones. Que comí empanadas de queso con ají y tengo mal aliento. Si supieran que me hinché y los gases me suenan adentro. Si supieran que tengo las uñas de los pies largas. Que tengo pelo en la guata. Que tengo sarro en los dientes. Que tengo patos en las orejas. Que tengo mugre en las uñas. Que llevo el mismo calzón que ayer. Que tengo los medios pelos en las axilas. Que tengo pelos púbicos encarnados. Que tengo las manos pegajosas, porque me transpiran. Que hoy no me eché desodorante. Si supieran que bajo la ropa soy un montón de pliegues hediondos. Si supieran que cuando camino, mi piel parece gelatina. Que cuando alguien me aprieta, salen todas las hendiduras de la celulitis. Yo sonrío. Si supieran que sólo tengo buen lejos.
martes, 19 de junio de 2007
Qué mal
Aquí hay un poema de hace ns cuanto tiempo. Parece q del 2002. Una época bien rara en mi vida....jkajajaj. Bueno, aquí se pone lo bueno y lo malo, así q pirula no más.
Ydice!!
¿Cómo decirte lo que siento?
Si hasta hace poco no sentía nada
No confiarás en mi sentimiento,
pues tu dignidad ha sido lastimada.
Hace poco, no, fue la respuesta.
He cambiado mi manera de pensar,
tengo una nueva y sincera propuesta
que humilde,te quiero presentar.
Por lo menos, deberíamos intentarlo.
Si es que todavía te interesas por mí.
Haré todo para no arruinarlo,
para no tener que vivir sin tí.
La primera vez, mi corazón se confundía.
Mi mente, poseída por una obsesión,
cada uno de mis pensamientos aturdía.
Creía que con otro había pasión.
¡Qué equivocada yo estaba!
Necesité sentirte lejos para saberlo.
Era a tí a quien de verdad amaba,
sólo temía reconocerlo.
Miedo, a que fueras una ilusión.
Eres demasiado bueno para ser real.
Hoy sé. No eres mi invención.
Estas aquí. Sólo eres muy ideal.
Todo lo que quiero decir es te amo,
pero se complica todo.
Por eso decidía escribir.
Todo lo que quiero decir es te amo.
Lo que quiero decir es te amo.
Es simple, pero no para mí.
Por eso elegí escribir.
Se complica y el orden de las rimas rompí.
Qué wa....el que lo lea, que lo critike y q tire la primera piedra no más..jjajaja... Si la custión ta cursi, pero no importa. Yo soy así. Turín.
Ydice!!
¿Cómo decirte lo que siento?
Si hasta hace poco no sentía nada
No confiarás en mi sentimiento,
pues tu dignidad ha sido lastimada.
Hace poco, no, fue la respuesta.
He cambiado mi manera de pensar,
tengo una nueva y sincera propuesta
que humilde,te quiero presentar.
Por lo menos, deberíamos intentarlo.
Si es que todavía te interesas por mí.
Haré todo para no arruinarlo,
para no tener que vivir sin tí.
La primera vez, mi corazón se confundía.
Mi mente, poseída por una obsesión,
cada uno de mis pensamientos aturdía.
Creía que con otro había pasión.
¡Qué equivocada yo estaba!
Necesité sentirte lejos para saberlo.
Era a tí a quien de verdad amaba,
sólo temía reconocerlo.
Miedo, a que fueras una ilusión.
Eres demasiado bueno para ser real.
Hoy sé. No eres mi invención.
Estas aquí. Sólo eres muy ideal.
Todo lo que quiero decir es te amo,
pero se complica todo.
Por eso decidía escribir.
Todo lo que quiero decir es te amo.
Lo que quiero decir es te amo.
Es simple, pero no para mí.
Por eso elegí escribir.
Se complica y el orden de las rimas rompí.
Qué wa....el que lo lea, que lo critike y q tire la primera piedra no más..jjajaja... Si la custión ta cursi, pero no importa. Yo soy así. Turín.
sábado, 16 de junio de 2007
Se buscan y no se encuentran
Él piensa a veces en ellas. Las va a ver, pero ellas no lo saben. Piensan que se fue. A veces piensan que podría estar cerca. A veces le da rabia estar ahí. Él no quería ir. Se lo llevaron a la fuerza. Lo hicieron abandonar lo que amaba. Lo dejaron en el vacío. Sin nada que hacer más que contemplar. Nada de acción. Le gustaría estar junto a ellas y hacer que dejaran de llorar. No quiere estar ahí, viendo a quienes ama llorar, sufrir, retorcerse de dolor. No quiere que lo olviden, pero no quiere que lo recuerden, porque ve que duele. Les duele. No puede hacer nada. Qué impotencia no poder estar de verdad. Qué impotencia estar tan cerca de ellas, sin que ellas lo noten. Qué pena que no lo noten. A él le gustaría hablar con ellas. Decir que no fue a propósito que lo perdonen por el dolor. No hay nada que hacer. Él también sufre, porque las tiene cerca, pero no las puede abrazar. Algo pasó a su cuerpo inconsistente. No quiere verlas llorar, ya no aguanta más. Qué impotencia sienten ellas. No haber podido hacer nada. No haberse dado cuenta. Qué ganas de haberse abrazado más.
A él le apena no haber aprovechado el tiempo. Ahora es tarde. A veces se olvida un poco y vaga. Contempla. No sabe bien qué hacer. Ésto es aún nuevo para él. Se siente perdido. Se siente culpable. Vuelve a lo mismo. Qué impotencia. Por qué no puede dejar de ser un escalofrío en sus espaldas, un no sé qué, un sentir algo raro. Quiere dejar de ser una pequeña brisa. Una presencia- ausencia. Un pequeño aire que se cuela por los espacios. Que busca grietas para entrar y tratar de envolverlas. Quiere estar. Ser. No puede. No hay vuelta atrás. Todo se fue a la mierda. Es demasiado tarde ya. No quiere verlas llorar. Pero sabe que es por él. Él sufre por eso. Quiere dejar de causar daño. Ellas lo extrañan. Como nunca. Cada día más. Buscan formas de sentirse cerca de él y no resulta. Ellas se quedan en blanco. Se estancan. S atolondran. Qué viene ahora. Dónde ir. Quién sabe. Ni él ni ellas saben qué hacer.
Él y ellas sufren, se convulsionan de dolor, se marchitan, se secan, se apagan, se acaban, se hunden, se revuelcan, se anestesian, se olvidan por un momento. Pero cuando el recuerdo vuelve, vuelve el retorcijón, eso extraño, algo se revuelve, algo quiere salir, algo quiere entrar. Por qué. Por qué. Por qué. No es justo para él ni para ellas. Quién tiene el derecho a quitarte la vida? Nadie. Si es tuya. Tu deberías decidir. Él no pudo decidir. Se lo llevaron. Le venían avisando hace tiempo y él luchaba contra eso, porque era su vida. Que por qué, por qué, por qué. A ellas les hace falta. También estaban avisadas hace tiempo, pero omitieron la advertencia de su cabeza, era mejor vivir como si nunca fuera a pasar. Como si todos fueran a estar juntos siempre. No querían pensar en cómo sería después.
Ellas lo extrañan y hoy el dolor es más grande. Hicieron lo que se pudo, pero no fue suficiente. Se apenan, lloran, se enrabian y odian. No es justo que hayan sido separadas de él. Uno debería tener la libertad para tomar esas decisiones. Ellas lo extrañan. Y no hay remedio para eso. ÉL las extraña y para eso no hay consuelo. Ellas se aturden, chocan entre ellas, rebotan a todos lados y vuelven donde mismo. Hacen caminos para deshacerlos. Es que la vida sin él no es lo mismo. Qué ganas de tenerlo con ellas. Él y ellas no volverán a estar juntos. Sufrirán por siempre. Gemirán por siempre. Nunca sabrán qué hacer.
Y quizás cuando exista la posibilidad de volver a estar juntos, mucho tiempo más adelante, él se haya perdido y ellas no lo encuentren. Y seguirán buscándose y esperándose y llorándose y sufriendose por siempre. Porque él estará por ahí vagando. Y ellas lo estarán buscando. Se extrañáran y se harán falta. Pero nunca más podrán sentirse, tocarse, olerse, hablarse, mirarse. Nunca más. Y se hacen falta. Y se extrañan. Y se necesitan. Y se hunden, se pierden, dan vueltas en círculo y chocan. Y no se encuentran y no se encontrarán. Llorarán y gemirán. Y sufrirán y se buscarán sin encontrarse.
A él le apena no haber aprovechado el tiempo. Ahora es tarde. A veces se olvida un poco y vaga. Contempla. No sabe bien qué hacer. Ésto es aún nuevo para él. Se siente perdido. Se siente culpable. Vuelve a lo mismo. Qué impotencia. Por qué no puede dejar de ser un escalofrío en sus espaldas, un no sé qué, un sentir algo raro. Quiere dejar de ser una pequeña brisa. Una presencia- ausencia. Un pequeño aire que se cuela por los espacios. Que busca grietas para entrar y tratar de envolverlas. Quiere estar. Ser. No puede. No hay vuelta atrás. Todo se fue a la mierda. Es demasiado tarde ya. No quiere verlas llorar. Pero sabe que es por él. Él sufre por eso. Quiere dejar de causar daño. Ellas lo extrañan. Como nunca. Cada día más. Buscan formas de sentirse cerca de él y no resulta. Ellas se quedan en blanco. Se estancan. S atolondran. Qué viene ahora. Dónde ir. Quién sabe. Ni él ni ellas saben qué hacer.
Él y ellas sufren, se convulsionan de dolor, se marchitan, se secan, se apagan, se acaban, se hunden, se revuelcan, se anestesian, se olvidan por un momento. Pero cuando el recuerdo vuelve, vuelve el retorcijón, eso extraño, algo se revuelve, algo quiere salir, algo quiere entrar. Por qué. Por qué. Por qué. No es justo para él ni para ellas. Quién tiene el derecho a quitarte la vida? Nadie. Si es tuya. Tu deberías decidir. Él no pudo decidir. Se lo llevaron. Le venían avisando hace tiempo y él luchaba contra eso, porque era su vida. Que por qué, por qué, por qué. A ellas les hace falta. También estaban avisadas hace tiempo, pero omitieron la advertencia de su cabeza, era mejor vivir como si nunca fuera a pasar. Como si todos fueran a estar juntos siempre. No querían pensar en cómo sería después.
Ellas lo extrañan y hoy el dolor es más grande. Hicieron lo que se pudo, pero no fue suficiente. Se apenan, lloran, se enrabian y odian. No es justo que hayan sido separadas de él. Uno debería tener la libertad para tomar esas decisiones. Ellas lo extrañan. Y no hay remedio para eso. ÉL las extraña y para eso no hay consuelo. Ellas se aturden, chocan entre ellas, rebotan a todos lados y vuelven donde mismo. Hacen caminos para deshacerlos. Es que la vida sin él no es lo mismo. Qué ganas de tenerlo con ellas. Él y ellas no volverán a estar juntos. Sufrirán por siempre. Gemirán por siempre. Nunca sabrán qué hacer.
Y quizás cuando exista la posibilidad de volver a estar juntos, mucho tiempo más adelante, él se haya perdido y ellas no lo encuentren. Y seguirán buscándose y esperándose y llorándose y sufriendose por siempre. Porque él estará por ahí vagando. Y ellas lo estarán buscando. Se extrañáran y se harán falta. Pero nunca más podrán sentirse, tocarse, olerse, hablarse, mirarse. Nunca más. Y se hacen falta. Y se extrañan. Y se necesitan. Y se hunden, se pierden, dan vueltas en círculo y chocan. Y no se encuentran y no se encontrarán. Llorarán y gemirán. Y sufrirán y se buscarán sin encontrarse.
viernes, 8 de junio de 2007
Volar sin movimiento
Quiere terminar con todo de una vez. La toma de la polera y la arrastra hasta la cocina, abre la puerta y la saca al patio. Está oscuro y ella está inconsciente, aunque a veces se mueve como si fuera a despertar. Tiene un corte en la frente y otro del que salen borbotones de sangre en el cuello. Ella tiene la culpa, él le dijo que no lo engañara, que no lo traicionara y no hizo caso.
Esa tarde cuando él llegó a casa la vio conversando con un hombre en el portón. Dijo que era el nuevo conserje del condominio. Él no le creyó. "Puta". Ella dijo que no seguiría dando explicaciones en vano, que lo amaba, que sólo quería estar con él. "¡Mentira! Siempre estái' buscando a otros, ¿no te basta conmigo? ¿No te dai' cuenta que me hace mal verte poniéndome el gorro en mi propia casa? ¿Creí' que soy huevón?". No, no creía eso. Creía que estaba loco de celos, loco de inseguridad, loco de paranoia, pero huevón no era. Por algo no dijo nada cuando la vio en la entrada de la parcela, conversando con el joven, el nuevo conserje, que iba a presentarse. Ni se inmutó.
Ahora le gritaba y su cara se hinchaba y enrojecía. No lo reconocía. Lloraba. Él le dijo que con lágrimas no iba a retroceder el tiempo. El error ya estaba hecho. "¡Entiende! Nunca te he engañado...". "¡No te creo!". La tomó por la cabeza y la arrojó contra la pared. Ella quedó inmóvil y él empezó a patearla con toda la fuerza que tenía. "Puta". La obligó a pararse y ella apenas en pie, no se atrevía a decir nada. Tenía la nariz y el ojo derecho hinchados. Trató de huir, pero él la alcanzó y la empujó de frente a la mesa de vidrio del comedor. Se cortó la frente. Quedó tirada unos minutos. Él tomó una botella de cerveza de las varias que habían en la mesa y se la trató de romper en la cabeza. No lo logró y dio en el cuello. La sangre empezó a teñir la alfombra felpuda.
Ahora la observa en el patio y no puede creer que esa criatura tan hermosa, frágil, celestial le haya hecho eso. "Engañarme... Puta". Ella despierta. Abre los ojos redondos y desorbitados. Él la arrastra hasta la piscina y sumerge su cabeza al agua, la sostiene lo más firme que puede. Un segundo, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Ella agita los brazos de un lado a otro, como cuando se aprisiona a un ave entre las manos y quiere volar. La saca. "¿Pensaste que no me iba a dar cuenta? ¿ah? Puedo tener la cara de huevón, pero no lo soy... ¡Quizás con cuantos huevones te metiste!".
La hunde de nuevo. Ella bate sus alas. Quiere volar, pero no puede. Siempre ha sentido esa sensación de ahogo, pero ahora es cuando cree ya no da más. Cuando lo conoció, pensó que por fin sería libre, que todos sus sueños se harían realidad, porque ya no estaba sola. Con él, podría construir un mundo propio. Ser libre de ataduras, del qué dirán. Con él, se iba a librar la burbuja en que la hacían vivir sus papás. Ellos pensaban lograr sus ambiciones juveniles a través de su vida. No. Ella no estaba para eso. Apareció él y pensó que era tan bueno, tan comprensivo, cariñoso, alegre, chispeante...El que ahora le hunde la cabeza en el agua, es otra persona. "No es el hombre de quien me enamoré".
Ella quiere ser libre. Pensó que con él podía lograrlo. Se equivocó. Ojalá no saque su cabeza del agua. Si todo llega al fin, podrá ser libre. La piscina es un mar de sangre. Él la mantiene hundida con fuerza. Ella aletea para emprender el vuelo. Poco a poco comienza a moverse menos. Ahora tirita de repente. Ya se detuvo por completo. Es libre, como siempre quiso serlo.
Esa tarde cuando él llegó a casa la vio conversando con un hombre en el portón. Dijo que era el nuevo conserje del condominio. Él no le creyó. "Puta". Ella dijo que no seguiría dando explicaciones en vano, que lo amaba, que sólo quería estar con él. "¡Mentira! Siempre estái' buscando a otros, ¿no te basta conmigo? ¿No te dai' cuenta que me hace mal verte poniéndome el gorro en mi propia casa? ¿Creí' que soy huevón?". No, no creía eso. Creía que estaba loco de celos, loco de inseguridad, loco de paranoia, pero huevón no era. Por algo no dijo nada cuando la vio en la entrada de la parcela, conversando con el joven, el nuevo conserje, que iba a presentarse. Ni se inmutó.
Ahora le gritaba y su cara se hinchaba y enrojecía. No lo reconocía. Lloraba. Él le dijo que con lágrimas no iba a retroceder el tiempo. El error ya estaba hecho. "¡Entiende! Nunca te he engañado...". "¡No te creo!". La tomó por la cabeza y la arrojó contra la pared. Ella quedó inmóvil y él empezó a patearla con toda la fuerza que tenía. "Puta". La obligó a pararse y ella apenas en pie, no se atrevía a decir nada. Tenía la nariz y el ojo derecho hinchados. Trató de huir, pero él la alcanzó y la empujó de frente a la mesa de vidrio del comedor. Se cortó la frente. Quedó tirada unos minutos. Él tomó una botella de cerveza de las varias que habían en la mesa y se la trató de romper en la cabeza. No lo logró y dio en el cuello. La sangre empezó a teñir la alfombra felpuda.
Ahora la observa en el patio y no puede creer que esa criatura tan hermosa, frágil, celestial le haya hecho eso. "Engañarme... Puta". Ella despierta. Abre los ojos redondos y desorbitados. Él la arrastra hasta la piscina y sumerge su cabeza al agua, la sostiene lo más firme que puede. Un segundo, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Ella agita los brazos de un lado a otro, como cuando se aprisiona a un ave entre las manos y quiere volar. La saca. "¿Pensaste que no me iba a dar cuenta? ¿ah? Puedo tener la cara de huevón, pero no lo soy... ¡Quizás con cuantos huevones te metiste!".
La hunde de nuevo. Ella bate sus alas. Quiere volar, pero no puede. Siempre ha sentido esa sensación de ahogo, pero ahora es cuando cree ya no da más. Cuando lo conoció, pensó que por fin sería libre, que todos sus sueños se harían realidad, porque ya no estaba sola. Con él, podría construir un mundo propio. Ser libre de ataduras, del qué dirán. Con él, se iba a librar la burbuja en que la hacían vivir sus papás. Ellos pensaban lograr sus ambiciones juveniles a través de su vida. No. Ella no estaba para eso. Apareció él y pensó que era tan bueno, tan comprensivo, cariñoso, alegre, chispeante...El que ahora le hunde la cabeza en el agua, es otra persona. "No es el hombre de quien me enamoré".
Ella quiere ser libre. Pensó que con él podía lograrlo. Se equivocó. Ojalá no saque su cabeza del agua. Si todo llega al fin, podrá ser libre. La piscina es un mar de sangre. Él la mantiene hundida con fuerza. Ella aletea para emprender el vuelo. Poco a poco comienza a moverse menos. Ahora tirita de repente. Ya se detuvo por completo. Es libre, como siempre quiso serlo.
miércoles, 6 de junio de 2007
Anastasia II
Cuando mis dueñas me recogieron, Josefina no quería nada conmigo. Hacía ruidos extraños. Se iba a los rincones. Se le paraban los pelos. Arqueaba la espalda. El gato negro no existía todavía. Llegó después, era una bola negra y peluda.
Primero no lo dejaron jugar conmigo. A mí me cayó bien, pero mis dueñas pensaron que le podía hacer daño. ¡Siempre desconfían de mí! Que voy a romper el diario y las cuentas, que me voy a arrancar, que las voy a ensuciar, que voy a hacer caca, que me voy a comer las plantas... Es mucho. Creo que confían más en los gatos que en mí, por eso ellos duermen en la casa grande y yo en una chica, de plástico y fría.
El gato negro creció y se acercó solito a mí. Empezamos a jugar al gato y al ratón primero. Yo lo perseguía y el arrancaba. Después, yo me tiraba sobre él y le mordisqueba la panza y el cuello. Un día, lo sentí hacer ese sonido que hacen como de muchas "eres" juntas. "Rrrrrrrrrrrr...". Llegó una de mis dueñas y se dio cuenta de que "ronroneaba", así dijo. En ese momento, Poncio dejó de hacer el sonido, se paró y arrancó, como si hubiese estado asustado. Me retaron, me dijeron que no asustara al gatito.
¡Qué mentiroso! Siempre hace eso. Sale, se pasea, se me acerca, soba su cabeza con la mía, me ronronea, hasta que yo me paro y lo empiezo a mordisquear. Ahí se tira de espaldas al suelo y cierra los ojos, ronroneando. En cuanto viene un humano, huye despavorido. La gente piensa que yo quiero jugar con él y él no quiere. Siempre me hace quedar como la pobre perrita juguetona a la que nadie pesca. Por suerte no piensan que me lo quiero comer, sino ya me habrían echado.
Josefina es más pesada. Nunca me mira. Siempre anda por los techos y las panderetas, mirando a su altura, nunca al suelo. Se cree superior, creo. Si me mira es para hacerme sentir mal, porque yo no puedo llegar tan alto. Me hace sentir mal, por eso me pongo a saltar lo más alto que puedo, para ver si puedo alcanzarla y no lo consigo. He aprendido a saltar bien alto eso sí. Los perros del pasaje me envidian por mi agilidad.
A veces me aburro. Por eso muerdo un poco las bolsas en las que vienen las cuentas. Para matar el tiempo. Quisiera tener un amigo o amiga, pero estos gatos están rayados. Poncio me usa para que lo muerda y Josefina me mira como si yo no existiera. Yo quiero ser amiga de ellos.
Todos los días son iguales. Sale el sol y yo salgo a echarme bajo él. Una a una mis dueñas salen de la casa grande y me dejan sola, con los gatos. Miro a los humanos, que a esa hora caminan rápido y les muevo la cola, pero ninguno me toma en cuenta. El único que me hace cariño es un viejo, que todos los días pasa por afuera. Me habla mucho rato. Debe pensar que soy su amiga. A lo mejor quiere que me vaya con él. No lo ha dicho así, pero por como me mira y cómo me dice que soy linda, pienso que me quiere mucho. Quizás más que mis dueñas.
Después voy a ver si tengo comida. Trato de jugar con ella, pero no me resulta. Siempre la rompo, como dije antes. A ella le da miedo y se queda quietita desparramada por el suelo. La como con pena, por haberla asustado y bebo agua. Después siento los retorcijones en la panza y tengo que ir a hacer caca. Hago un poco en el cemento, otro poco en el pasto. Me agacho varias veces, porque las ganas van y vienen.
Vuelvo a sentarme atrás de los barrotes para ver pasar a la gente. Algunos pasan de la mano. Otros hablan. Otros muestran los dientes. Otros llevan cargas pesadas en la espalda, parecen jorobas. Otros corren. Otros chocan. Se paran armatostes afuera de la casa. Me da miedo, porque pienso que están vigilándome, que a lo mejor me quieren echar y ocupar mi lugar. Ni lo sueñen.
Por fin llega alguna de mis dueñas, ve si tengo comida, me habla un poco y entra. Vuelve a salir con una pala y una bolsa, me dice que soy cagona. Siempre me dicen eso. Recoge lo que hice y a veces pisa un poco también. Vuelve a entrar. Los gatos empiezan a salir y a pasear por las panderetas. Me echo a descansar y a verlos pasear y pelear con otros gatos. Ladro a los animales que se paran en mi pasto de afuera, sobre todo a los que hacen caca y mean. Por lo general, me retan.
Empieza a oscurecerse. Sale alguna de las personas de la casa y ordena mi chal en la casita. Yo me meto rápido, porque empieza a hacer frío. Debería ser capaz de resistirlo sin ayuda, pero tengo una pata mala, no puedo pisar con ella, porque me duele y cuando hace frío, me duele más. Me quedo en la casa hasta que siento alún ruido en el jardín que me haga salir a curosear. Pero casi siempre cuando he entrado a mi casa, no salgo más, porque me quedo dormida profundamente. Termino el día cansada.
Primero no lo dejaron jugar conmigo. A mí me cayó bien, pero mis dueñas pensaron que le podía hacer daño. ¡Siempre desconfían de mí! Que voy a romper el diario y las cuentas, que me voy a arrancar, que las voy a ensuciar, que voy a hacer caca, que me voy a comer las plantas... Es mucho. Creo que confían más en los gatos que en mí, por eso ellos duermen en la casa grande y yo en una chica, de plástico y fría.
El gato negro creció y se acercó solito a mí. Empezamos a jugar al gato y al ratón primero. Yo lo perseguía y el arrancaba. Después, yo me tiraba sobre él y le mordisqueba la panza y el cuello. Un día, lo sentí hacer ese sonido que hacen como de muchas "eres" juntas. "Rrrrrrrrrrrr...". Llegó una de mis dueñas y se dio cuenta de que "ronroneaba", así dijo. En ese momento, Poncio dejó de hacer el sonido, se paró y arrancó, como si hubiese estado asustado. Me retaron, me dijeron que no asustara al gatito.
¡Qué mentiroso! Siempre hace eso. Sale, se pasea, se me acerca, soba su cabeza con la mía, me ronronea, hasta que yo me paro y lo empiezo a mordisquear. Ahí se tira de espaldas al suelo y cierra los ojos, ronroneando. En cuanto viene un humano, huye despavorido. La gente piensa que yo quiero jugar con él y él no quiere. Siempre me hace quedar como la pobre perrita juguetona a la que nadie pesca. Por suerte no piensan que me lo quiero comer, sino ya me habrían echado.
Josefina es más pesada. Nunca me mira. Siempre anda por los techos y las panderetas, mirando a su altura, nunca al suelo. Se cree superior, creo. Si me mira es para hacerme sentir mal, porque yo no puedo llegar tan alto. Me hace sentir mal, por eso me pongo a saltar lo más alto que puedo, para ver si puedo alcanzarla y no lo consigo. He aprendido a saltar bien alto eso sí. Los perros del pasaje me envidian por mi agilidad.
A veces me aburro. Por eso muerdo un poco las bolsas en las que vienen las cuentas. Para matar el tiempo. Quisiera tener un amigo o amiga, pero estos gatos están rayados. Poncio me usa para que lo muerda y Josefina me mira como si yo no existiera. Yo quiero ser amiga de ellos.
Todos los días son iguales. Sale el sol y yo salgo a echarme bajo él. Una a una mis dueñas salen de la casa grande y me dejan sola, con los gatos. Miro a los humanos, que a esa hora caminan rápido y les muevo la cola, pero ninguno me toma en cuenta. El único que me hace cariño es un viejo, que todos los días pasa por afuera. Me habla mucho rato. Debe pensar que soy su amiga. A lo mejor quiere que me vaya con él. No lo ha dicho así, pero por como me mira y cómo me dice que soy linda, pienso que me quiere mucho. Quizás más que mis dueñas.
Después voy a ver si tengo comida. Trato de jugar con ella, pero no me resulta. Siempre la rompo, como dije antes. A ella le da miedo y se queda quietita desparramada por el suelo. La como con pena, por haberla asustado y bebo agua. Después siento los retorcijones en la panza y tengo que ir a hacer caca. Hago un poco en el cemento, otro poco en el pasto. Me agacho varias veces, porque las ganas van y vienen.
Vuelvo a sentarme atrás de los barrotes para ver pasar a la gente. Algunos pasan de la mano. Otros hablan. Otros muestran los dientes. Otros llevan cargas pesadas en la espalda, parecen jorobas. Otros corren. Otros chocan. Se paran armatostes afuera de la casa. Me da miedo, porque pienso que están vigilándome, que a lo mejor me quieren echar y ocupar mi lugar. Ni lo sueñen.
Por fin llega alguna de mis dueñas, ve si tengo comida, me habla un poco y entra. Vuelve a salir con una pala y una bolsa, me dice que soy cagona. Siempre me dicen eso. Recoge lo que hice y a veces pisa un poco también. Vuelve a entrar. Los gatos empiezan a salir y a pasear por las panderetas. Me echo a descansar y a verlos pasear y pelear con otros gatos. Ladro a los animales que se paran en mi pasto de afuera, sobre todo a los que hacen caca y mean. Por lo general, me retan.
Empieza a oscurecerse. Sale alguna de las personas de la casa y ordena mi chal en la casita. Yo me meto rápido, porque empieza a hacer frío. Debería ser capaz de resistirlo sin ayuda, pero tengo una pata mala, no puedo pisar con ella, porque me duele y cuando hace frío, me duele más. Me quedo en la casa hasta que siento alún ruido en el jardín que me haga salir a curosear. Pero casi siempre cuando he entrado a mi casa, no salgo más, porque me quedo dormida profundamente. Termino el día cansada.
Escape
Piensa en él oyendo canciones de José Luis Perales guardadas en su pendrive. Sentada en un banco, cerca de los juegos, siente la tibieza de los rayos del sol en su rostro. Aún su lengua retiene el sabor dulzón del chocolate que comió. Él no sabe que salió y ojalá que no se dé cuenta. Que duerma y le regale, esos minutos de alivio, de luz y de calor.
Piensa en tiempos lejanos, casi como si fueran los recuerdos de otra persona। Él le cantaba al oído, tomaba su mano y la miraba con ojos de amor. Ella se embriagaba de él. Él lo envolvía todo y ella flotaba en la nube en que él la había subido. Una caricia la estremecía entera. No le importó en ese momento qué sucedería después. Vivía el presente como si no hubiese un mañana.
Recuerda cómo él la contenía, controlaba, la hacía entrar en razón o salir rápido de ella para volar, navegar, correr, andar por los parajes de la locura, del amor, de los sueños y de los imposible.
Hoy le agradece, de cara al sol, los momentos, los mordizcos a sus labios, los abrazos a su lengua y las miradas deseosas. Le agradece las manos tomadas, los brazos rodeándola y los dedos en su cabello. Le agradece la paciencia, hasta donde duró. Ella sabía que se acabaría. Siempre lo supo. Prefirió olvidarlo. Era tan feliz.
Cuando ella no quiso ser absorbida por él y no quiso desaparecer bajo el campo magnético que tanto la atraía, supo que era el fin। No quiso desaparecer bajo el pesado manto de proyecciones, seguridades, control. Quiso escapar de un futuro dirigido y de servidumbre, por cómodo que fuese.
Un manotazo hizo volar por los aires sus sueños y los rompió en mil pedazos, algunas marcas quedaron en la pared del comedor। Un diente quedó en el suelo y sus ambiciones se desprendieron de ella. Un torrente rojo de dolor e impotencia brotó de su nariz. Sus ojos brillaban y su alma transparente, tibia y dulce bajó por sus mejillas y se perdió en el río carmesí. Él, con una botella de vidrio trató de aplastar los recuerdos y vestigios de identidad que quedaban en su cabeza. Estaban bien enraizados. Golpeó y golpeó, cada vez con más fuerza. Su cráneo se trizó. Ella cerró los ojos y dejó huir por ahí lo poco que quedaba de sí misma.
Ahora vaga buscando los restos de su memoria, los restos que la harían volver a ser ella. Si los encuentra, podrá zafarse de la vida que nunca quiso tener. Por eso se sienta en las plazas, para ver si pasa por ahí lo que un día dejó escapar.
Piensa en tiempos lejanos, casi como si fueran los recuerdos de otra persona। Él le cantaba al oído, tomaba su mano y la miraba con ojos de amor. Ella se embriagaba de él. Él lo envolvía todo y ella flotaba en la nube en que él la había subido. Una caricia la estremecía entera. No le importó en ese momento qué sucedería después. Vivía el presente como si no hubiese un mañana.
Recuerda cómo él la contenía, controlaba, la hacía entrar en razón o salir rápido de ella para volar, navegar, correr, andar por los parajes de la locura, del amor, de los sueños y de los imposible.
Hoy le agradece, de cara al sol, los momentos, los mordizcos a sus labios, los abrazos a su lengua y las miradas deseosas. Le agradece las manos tomadas, los brazos rodeándola y los dedos en su cabello. Le agradece la paciencia, hasta donde duró. Ella sabía que se acabaría. Siempre lo supo. Prefirió olvidarlo. Era tan feliz.
Cuando ella no quiso ser absorbida por él y no quiso desaparecer bajo el campo magnético que tanto la atraía, supo que era el fin। No quiso desaparecer bajo el pesado manto de proyecciones, seguridades, control. Quiso escapar de un futuro dirigido y de servidumbre, por cómodo que fuese.
Un manotazo hizo volar por los aires sus sueños y los rompió en mil pedazos, algunas marcas quedaron en la pared del comedor। Un diente quedó en el suelo y sus ambiciones se desprendieron de ella. Un torrente rojo de dolor e impotencia brotó de su nariz. Sus ojos brillaban y su alma transparente, tibia y dulce bajó por sus mejillas y se perdió en el río carmesí. Él, con una botella de vidrio trató de aplastar los recuerdos y vestigios de identidad que quedaban en su cabeza. Estaban bien enraizados. Golpeó y golpeó, cada vez con más fuerza. Su cráneo se trizó. Ella cerró los ojos y dejó huir por ahí lo poco que quedaba de sí misma.
Ahora vaga buscando los restos de su memoria, los restos que la harían volver a ser ella. Si los encuentra, podrá zafarse de la vida que nunca quiso tener. Por eso se sienta en las plazas, para ver si pasa por ahí lo que un día dejó escapar.
viernes, 1 de junio de 2007
Cambio
Hay un cambio? Y... sí...ya no puedo escribir esa ridícula poesía que escribía antes... jajaja, por un lado es mejor, pero igual me gustaría escribir poemas, pero buenos, no tan falsos y forzados y ridículos... Será que no lo llevo en la sangre no más. Igual no puedo decir que las historias de ahora son taaaaaaaaaaaaaaan buenas, pero por lo menos me sirven para entretenerme y no son taaaaaaaaaaaan falsas y ridículas, creo. Qué sé yo!!!!!
El cambio es que antes escribía "poemas" y ahora me da por narraciones en prosa, quién sabe dónde va a terminar esta custión. Mientras pueda disfrutar escribiendo cosas, aunque sean sin importancia, voy a seguir haciéndolo, too el rato!!! jajaja
Muakz para mí
Anastasia
Todos los días me tiro en el pasto cuando hay sol por la mañana. A veces saco el chal que ponen en mi casa para que no pase frío por las noches, lo pongo sobre el pasto y me echo sobre él. Duermo bien, no paso frío. Cuando veo que vienen con el chal muevo la cola y entro rápido a la casa.
Me gusta mirar a esos bichos que andan en fila y apurados. A veces tapo a uno con mi pata. Siempre pasan por abajo de ella. No sé cómo lo hacen. Miro mi pata para ver si tengo algún hoyo por el que puedan haber pasado y no. Mi pata no tiene hoyos, sólo montículos y garras. Los bichos deben ser tan chicos que caben en el espacio entre mi pata y el suelo.
Me gusta moverle la cola a la gente. La veo pasar todos los días. Algunos me dan pan. Otros me hacen cariño. No me gusta que vengan perros de otras casas y hagan caca en el pasto de afuera. Es mi territorio. Mis dueñas lo riegan y limpian. Les ladro a los intrusos. Les ladro lo más fuerte que puedo. Ellos se burlan de mí. Me miran. Nada más. Sólo porque no puedo salir a defender lo que es mío. Estoy tras estos barrotes negros. Cada vez que alguien se descuida, me escapo y marco un poco afuera. No dura mucho. Luego llegan otros a mear.
No me dejan salir mucho. Nunca, de hecho. No me sacan ni pa´ los temblores, como he oído decir por ahí. Envidio a esos perros que pasean con sus dueños en la calle. Sobre todo a los que pueden ir sin correa. Como odio a los que pisan mi pasto y lo mean. ¡Que se vayan a mear a otro lado! A veces sale mi dueña grande y los echa. Yo me siento mal, humillada, porque es como decirme que yo no soy capaz sola. No saben nada del honor canino. Ellos se burlan de mí. Me miran. Es todo lo que basta para hacerme hervir la sangre. Ladrar, ladrar, golpear con mis patas los barrotes, es todo lo que puedo hacer cuando eso sucede. Sólo pensarlo me hace querer explotar.
Ladro y ladro, tan enojada, que termino chillando. Otra razón más para que se burlen de mí. Porque ladro como "niñita". Tan agudo que hago sufrir de dolor de oídos a mi dueña. Sale a hacerme callar. Me grita con el ceño fruncido. Así termina de humillarme. No basta con tener que ver que otros perros se paseen y usen mi territorio, ¡NO! Ahora tiene que venir ella a desautorizarme frente a los demás. Y en el único espacio exclusivo que me queda.
Bueno, en realidad no es tan exclusivo tampoco. O sea, no tengo ningún territorio sobre el que domine sólo yo. Tengo que compartir el antejardín con un armatoste inmenso que tiene unas cosas redondas abajo, parecen sus patas. "Auto", he oído que le llaman. Mi ama se sube a él. Lo tiene domesticado parece, porque le obedece en todo. A mí también me tiene domesticada, pero nunca voy a dejar que se suba en mi lomo, aunque la quiera mucho. ¡Qué aberración! Las mascotas no estamos hechas para eso.
No todo es tan malo...como dije al principio, duermo calientita en mi casa. Todos los días me ponen comida en un plato y agua en otro. A veces, me dan algo que se llama galleta. También me dan huesos. Pero éso es de vez en cuando. Yo no sé por qué me dan ganas de saltar cuando veo la comida. Quiero ser su amiga, pero le doy miedo, porque soy más grande que ella. Salto tan entusiasmada que la rompo y queda esparcida en pedacitos por todo el suelo. Por eso debe tenerme miedo, porque la rompo. Cada vez que la ponen en el plato, la comida no quiere jugar conmigo.
Mis dueñas pasan sus patas, a las que les dicen "manos" por mi cabeza y orejas. Me rascan la panza. Me hablan bajito y muestran sus dientes, pero no para pelear, sino que para demostrarme que me quieren y que les agrado. Los humanos son distintos a nosotros. No muestran sus dientes para pelear, lo hacen para hacer amigos.
Cuando pelean hacen lo equivalente a ladrar: "gritar". En eso sí que nos parecemos. Cuando yo me enojo con algunos de los perros o los gatos del pasaje, les ladro hasta quedar sin guau. No puedo controlarme y viene mi dueña a hacerme callar. No me deja de molestar eso. Yo no las hago callar a ellas cuando grita en la casa grande. Y eso que son gritonas, porque a veces chillan sin motivo, y muestran los dientes. Eso no debe ser una pelea. Pero no sé qué es. Son tan raros los humanos...
En la casa grande hay dos gatos. Una gorda y y otro peludo y flaco. A ella le dicen Josefina y a él Poncio León. A veces sólo les dicen gatita y gatito. A mí me dicen niña, perra y perrita. Pero hay una palabra que escucho siempre:Anastasia.
Me gusta mirar a esos bichos que andan en fila y apurados. A veces tapo a uno con mi pata. Siempre pasan por abajo de ella. No sé cómo lo hacen. Miro mi pata para ver si tengo algún hoyo por el que puedan haber pasado y no. Mi pata no tiene hoyos, sólo montículos y garras. Los bichos deben ser tan chicos que caben en el espacio entre mi pata y el suelo.
Me gusta moverle la cola a la gente. La veo pasar todos los días. Algunos me dan pan. Otros me hacen cariño. No me gusta que vengan perros de otras casas y hagan caca en el pasto de afuera. Es mi territorio. Mis dueñas lo riegan y limpian. Les ladro a los intrusos. Les ladro lo más fuerte que puedo. Ellos se burlan de mí. Me miran. Nada más. Sólo porque no puedo salir a defender lo que es mío. Estoy tras estos barrotes negros. Cada vez que alguien se descuida, me escapo y marco un poco afuera. No dura mucho. Luego llegan otros a mear.
No me dejan salir mucho. Nunca, de hecho. No me sacan ni pa´ los temblores, como he oído decir por ahí. Envidio a esos perros que pasean con sus dueños en la calle. Sobre todo a los que pueden ir sin correa. Como odio a los que pisan mi pasto y lo mean. ¡Que se vayan a mear a otro lado! A veces sale mi dueña grande y los echa. Yo me siento mal, humillada, porque es como decirme que yo no soy capaz sola. No saben nada del honor canino. Ellos se burlan de mí. Me miran. Es todo lo que basta para hacerme hervir la sangre. Ladrar, ladrar, golpear con mis patas los barrotes, es todo lo que puedo hacer cuando eso sucede. Sólo pensarlo me hace querer explotar.
Ladro y ladro, tan enojada, que termino chillando. Otra razón más para que se burlen de mí. Porque ladro como "niñita". Tan agudo que hago sufrir de dolor de oídos a mi dueña. Sale a hacerme callar. Me grita con el ceño fruncido. Así termina de humillarme. No basta con tener que ver que otros perros se paseen y usen mi territorio, ¡NO! Ahora tiene que venir ella a desautorizarme frente a los demás. Y en el único espacio exclusivo que me queda.
Bueno, en realidad no es tan exclusivo tampoco. O sea, no tengo ningún territorio sobre el que domine sólo yo. Tengo que compartir el antejardín con un armatoste inmenso que tiene unas cosas redondas abajo, parecen sus patas. "Auto", he oído que le llaman. Mi ama se sube a él. Lo tiene domesticado parece, porque le obedece en todo. A mí también me tiene domesticada, pero nunca voy a dejar que se suba en mi lomo, aunque la quiera mucho. ¡Qué aberración! Las mascotas no estamos hechas para eso.
No todo es tan malo...como dije al principio, duermo calientita en mi casa. Todos los días me ponen comida en un plato y agua en otro. A veces, me dan algo que se llama galleta. También me dan huesos. Pero éso es de vez en cuando. Yo no sé por qué me dan ganas de saltar cuando veo la comida. Quiero ser su amiga, pero le doy miedo, porque soy más grande que ella. Salto tan entusiasmada que la rompo y queda esparcida en pedacitos por todo el suelo. Por eso debe tenerme miedo, porque la rompo. Cada vez que la ponen en el plato, la comida no quiere jugar conmigo.
Mis dueñas pasan sus patas, a las que les dicen "manos" por mi cabeza y orejas. Me rascan la panza. Me hablan bajito y muestran sus dientes, pero no para pelear, sino que para demostrarme que me quieren y que les agrado. Los humanos son distintos a nosotros. No muestran sus dientes para pelear, lo hacen para hacer amigos.
Cuando pelean hacen lo equivalente a ladrar: "gritar". En eso sí que nos parecemos. Cuando yo me enojo con algunos de los perros o los gatos del pasaje, les ladro hasta quedar sin guau. No puedo controlarme y viene mi dueña a hacerme callar. No me deja de molestar eso. Yo no las hago callar a ellas cuando grita en la casa grande. Y eso que son gritonas, porque a veces chillan sin motivo, y muestran los dientes. Eso no debe ser una pelea. Pero no sé qué es. Son tan raros los humanos...
En la casa grande hay dos gatos. Una gorda y y otro peludo y flaco. A ella le dicen Josefina y a él Poncio León. A veces sólo les dicen gatita y gatito. A mí me dicen niña, perra y perrita. Pero hay una palabra que escucho siempre:Anastasia.
Consuelo II
Y mientras esperaba empezó a pensar en todo lo que había vivido en el último año y medio, la separación que no se concretó, la enfermedad de su marido, la muerte de su abuela, la de su padre y la responsabilidad de que todo siguiera funcionando bien.
Les había costado mucho llegar a esas instancias. Siempre discutían y sabían que ya no daba para más, pero seguían juntos. Hasta que ella se cansó de que él nunca reconociera sus errores y decidió poner fin a la situación. Él se entristeció mucho. Comenzó a enfermarse seguido, bajó de peso, se veía pálido y cansado. Iba al trabajo en auto, para no agotarse con las escaleras del metro.
Él le pedía otra oportunidad. Ahora que sabía que ella ya no sería suya, lo sentía, sentía el vacío que quedaría en él. A pesar de todo, se compró un departamento cerca de la casa. Ya estaba todo listo. Habían conversado sobre cómo sería la vida cuando ya no vivieran bajo el mismo techo. Él le dijo que quería pololear con ella cuando se fuera. Ella le dijo que no iba a tropezar con la misma piedra dos veces. Le dio pena acordarse de eso. Si hubiera sabido lo que pasaría y el amor que él sentía por ella. Lo supo después. Ya era demasiado tarde.
Apareció el conserje para decirle que había llegado la joven. Ella bajó del auto y se acercó a ella. Era linda. Tenía el pelo largo y castaño, y la tez lisa y clara. Se saludaron con una sonrisa. Subieron. A la joven le encantó el departamento. "Qué lindo, qué tranquilo, qué bien distribuido el espacio". Tenía 24 años y llevaba dos años de casada. Habían pololeado dos años antes. Había estudiado una carrera antes de casarse, pero no terminó por falta de dinero. Ahora había empezado a estudiar otra vez, con el apoyo de su esposo. Él la llamó al celular. "¿Alcanzo a llegar para ver el departamento?". "Sí, obvio, te espero".
A los minutos después, apareció él. Agitado y sonriente. Era alto y robusto, usaba lentes. Había estudiado informática y ahora tenía dos trabajos, además de los pitutos. Saludó a su mujer con un beso y a su posible arrendadora con un fuerte apretón de manos. Le gustó mucho el lugar. Lo encontró todo bonito. Le explicó a ella que a lo mejor no podría pagar de inmediato el mes de garantía, pero sí el primer mes de arriendo. Le dijo que le llevaría su papel de antecedentes, que tenía dos contratos indefinidos, que había pedido un crédito que estaba al día, que ganaba 400 mil pesos fijo y que no tenía cuenta corriente.
A ella le cayeron bien. Los quiso ayudar. Pensó que eran personas honestas y que debía darles la oportunidad de confiar en ellos. Ellos dijero que se querían mudar el sábado de esa semana. Firmarían el contrato el viernes. Ella dejaría que le pagaran el mes de garantía en dos cuotas. tenía que confiar en ellos, por la señal. Se despidieron los tres sonrientes y ella partió a su hogar.
Contó a sus hijas lo que había pasado. Que esperaba, que la canción, que la señal, que la pareja joven, que la honestidad y que el departamento tenía nuevos arrendatarios. Se emocionó. Sus ojos enrojecieron, brillaron y algunas lágrimas rodaron por sus mejillas. "Ésta no ha sido una buena semana para mí, pero saber que tú papá está aquí, con nosotras, me deja más tranquila".
Fue a limpiar el jueves. Lavó la alfombra, las ventanas y sacudió. Cuando volvió a su casa, se sintió por fin con ánimos de ir a nadar, así que fue con su hija menor. Esa semana había sido de verdad mala para ella. Se daba vueltas por las noches pensando en los últimos minutos de él, en que no merecía eso, en que por qué, por qué, por qué. Se sentía sola.
Nunca había sentido la soledad, a pesar de no ser muy sociable. Ella estaba bien. Le gustaba que su círculo fuera su familia. Ahí la querían, ahí estaba su lugar. No tenía amigas ni amigos, pero por opción propia. Se bastaba a sí misma para resolver sus cosas. Cuando la invitaban a salir, por lo general a ella le daba lata y prefería quedarse con sus niñas. Pero ahora las cosas eran diferentes. Sabía que él no estaba. Era una ausencia. No sabía que le haría tanta falta ni lo mucho que le dolería saber que él no existía.
Cuando él estuvo vivo, ella siempre pensó que él sin ella no sería nada. No sabía planchar, ni cocinar, ni lavar, ni hacer aseo, ni coser, ni criar a sus hijas, ni pedir una hora al doctor. Nada, no hacía nada solo. Por otro lado, le exigía a ella que lo hiciera todo y que lo hiciera bien. Ella lo acostumbró así desde que recién se casaron, porque estaba enamorada y quería satisfacerlo en todo y además quizás hacía dejaría de buscar placer afuera.
Con el pasar de los añós ella empezó a liberarse cada vez más, al darse cuenta de que él no reconocía sus errores y que no valía la pena tanto sacrificio। Para qué, si él no la iba a querer más por todo lo que ella hacía y no sabía si en realidad, quería ya que él la amara, si en realidad ella le tenía cariño y no amor.
Todo con él era una discusión. Todo lo que ella decía él se lo rebatía y al revés. Sentarse a comer en familia era pura tensión. Por cualquier detalle, la ira podía estallar. Primero él hablaba lento y articulando mucho como si ella fuera tonta. Ella se enojaba y respondía rápido con palabras cortantes que volaban como navajas sobre su contendor. Él las esquivaba con más y más argumentos, lentos y articulados, lejanos, fríos, como bombas que caen sobre el enemigo, sin dejarle ver la ira de quien las arroja. De pronto ya él se daba cuenta de que su estrategia no funcionaba y empezaba el ataque cuerpo a cuerpo, con ataques directos al enemigo. Se sacaban en cara cosas, que tú siempre haces esto, o lo otro y terminaban subiendo más y más el tono hasta que de repente él ya no aguantaba más, se paraba brusco, se iba y todo quedaba en silencio.
Les había costado mucho llegar a esas instancias. Siempre discutían y sabían que ya no daba para más, pero seguían juntos. Hasta que ella se cansó de que él nunca reconociera sus errores y decidió poner fin a la situación. Él se entristeció mucho. Comenzó a enfermarse seguido, bajó de peso, se veía pálido y cansado. Iba al trabajo en auto, para no agotarse con las escaleras del metro.
Él le pedía otra oportunidad. Ahora que sabía que ella ya no sería suya, lo sentía, sentía el vacío que quedaría en él. A pesar de todo, se compró un departamento cerca de la casa. Ya estaba todo listo. Habían conversado sobre cómo sería la vida cuando ya no vivieran bajo el mismo techo. Él le dijo que quería pololear con ella cuando se fuera. Ella le dijo que no iba a tropezar con la misma piedra dos veces. Le dio pena acordarse de eso. Si hubiera sabido lo que pasaría y el amor que él sentía por ella. Lo supo después. Ya era demasiado tarde.
Apareció el conserje para decirle que había llegado la joven. Ella bajó del auto y se acercó a ella. Era linda. Tenía el pelo largo y castaño, y la tez lisa y clara. Se saludaron con una sonrisa. Subieron. A la joven le encantó el departamento. "Qué lindo, qué tranquilo, qué bien distribuido el espacio". Tenía 24 años y llevaba dos años de casada. Habían pololeado dos años antes. Había estudiado una carrera antes de casarse, pero no terminó por falta de dinero. Ahora había empezado a estudiar otra vez, con el apoyo de su esposo. Él la llamó al celular. "¿Alcanzo a llegar para ver el departamento?". "Sí, obvio, te espero".
A los minutos después, apareció él. Agitado y sonriente. Era alto y robusto, usaba lentes. Había estudiado informática y ahora tenía dos trabajos, además de los pitutos. Saludó a su mujer con un beso y a su posible arrendadora con un fuerte apretón de manos. Le gustó mucho el lugar. Lo encontró todo bonito. Le explicó a ella que a lo mejor no podría pagar de inmediato el mes de garantía, pero sí el primer mes de arriendo. Le dijo que le llevaría su papel de antecedentes, que tenía dos contratos indefinidos, que había pedido un crédito que estaba al día, que ganaba 400 mil pesos fijo y que no tenía cuenta corriente.
A ella le cayeron bien. Los quiso ayudar. Pensó que eran personas honestas y que debía darles la oportunidad de confiar en ellos. Ellos dijero que se querían mudar el sábado de esa semana. Firmarían el contrato el viernes. Ella dejaría que le pagaran el mes de garantía en dos cuotas. tenía que confiar en ellos, por la señal. Se despidieron los tres sonrientes y ella partió a su hogar.
Contó a sus hijas lo que había pasado. Que esperaba, que la canción, que la señal, que la pareja joven, que la honestidad y que el departamento tenía nuevos arrendatarios. Se emocionó. Sus ojos enrojecieron, brillaron y algunas lágrimas rodaron por sus mejillas. "Ésta no ha sido una buena semana para mí, pero saber que tú papá está aquí, con nosotras, me deja más tranquila".
Fue a limpiar el jueves. Lavó la alfombra, las ventanas y sacudió. Cuando volvió a su casa, se sintió por fin con ánimos de ir a nadar, así que fue con su hija menor. Esa semana había sido de verdad mala para ella. Se daba vueltas por las noches pensando en los últimos minutos de él, en que no merecía eso, en que por qué, por qué, por qué. Se sentía sola.
Nunca había sentido la soledad, a pesar de no ser muy sociable. Ella estaba bien. Le gustaba que su círculo fuera su familia. Ahí la querían, ahí estaba su lugar. No tenía amigas ni amigos, pero por opción propia. Se bastaba a sí misma para resolver sus cosas. Cuando la invitaban a salir, por lo general a ella le daba lata y prefería quedarse con sus niñas. Pero ahora las cosas eran diferentes. Sabía que él no estaba. Era una ausencia. No sabía que le haría tanta falta ni lo mucho que le dolería saber que él no existía.
Cuando él estuvo vivo, ella siempre pensó que él sin ella no sería nada. No sabía planchar, ni cocinar, ni lavar, ni hacer aseo, ni coser, ni criar a sus hijas, ni pedir una hora al doctor. Nada, no hacía nada solo. Por otro lado, le exigía a ella que lo hiciera todo y que lo hiciera bien. Ella lo acostumbró así desde que recién se casaron, porque estaba enamorada y quería satisfacerlo en todo y además quizás hacía dejaría de buscar placer afuera.
Con el pasar de los añós ella empezó a liberarse cada vez más, al darse cuenta de que él no reconocía sus errores y que no valía la pena tanto sacrificio। Para qué, si él no la iba a querer más por todo lo que ella hacía y no sabía si en realidad, quería ya que él la amara, si en realidad ella le tenía cariño y no amor.
Todo con él era una discusión. Todo lo que ella decía él se lo rebatía y al revés. Sentarse a comer en familia era pura tensión. Por cualquier detalle, la ira podía estallar. Primero él hablaba lento y articulando mucho como si ella fuera tonta. Ella se enojaba y respondía rápido con palabras cortantes que volaban como navajas sobre su contendor. Él las esquivaba con más y más argumentos, lentos y articulados, lejanos, fríos, como bombas que caen sobre el enemigo, sin dejarle ver la ira de quien las arroja. De pronto ya él se daba cuenta de que su estrategia no funcionaba y empezaba el ataque cuerpo a cuerpo, con ataques directos al enemigo. Se sacaban en cara cosas, que tú siempre haces esto, o lo otro y terminaban subiendo más y más el tono hasta que de repente él ya no aguantaba más, se paraba brusco, se iba y todo quedaba en silencio.
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