Tú piensas que yo no me doy cuenta. Piensas que nadie te ha descubierto. Bueno, la verdad es que sé que lo que quieres es morir. Sé que tratas de hacer como que no pasa nada. Pero yo te conozco desde siempre, desde que eras chiquitita.
Siempre fuiste calladita. Te gustaba observar todo. A veces estabas tan absorta en la escena que mirabas que se te caía la saliva. Yo me reía y te limpiaba. "Mi pajarita...", te decía yo. En ese momento despertabas y preguntabas cosas sobre lo que veías. Que por qué el tiene un carrito, que qué es eso redondo y qué es eso que sale de ahí y que por qué los árboles quedan pelados.
Eras calladita y tranquilita, pero eras feliz. Lo sé, porque cuando veías algo que te llamara la atención, te brillaban los ojos. Cuando me mirabas y me sonreías, tu cara se llenaba de luz. De paso me dabas energías para seguir trabajando como siempre por tí, tus hermanas y tu mamá.
No sé qué pasó. Hoy miras al sol y tus ojos siguen opacos. Me sonríes, tratando de engañarme y hacerme creer que estás bien, pero tus ojos y tu rostro no se iluminan. Tampoco me dan la misma energía de antes y cada día me siento más cansado. Tengo que seguir trabajando por tí. Tus hermanas están bien, van por buen camino, pero tú fuiste siempre la más débil.
Parecías un pollito cuando eras chica. Siempre te enfermabas y tenías que estar en cama muchos días para mejorarte. Aunque faltabas harto al colegio, te iba bien, porque estudiabas mucho. Hoy, que ya eres grande y estás en la universidad, te sigues esforzando por ser la mejor y porque no se note que no quieres vivir. Sigues haciendo deporte, para que no se note que no te importa nada.
Yo te escucho desde la pieza por las noches, como rondas la cocina, buscando qué echarte al estómago. Me parece que tratas de hacerte daño. Algunos momentos parece que quisieras deformarte y hacerte una bola de grasa y azúcar y otras parece que quisieras castigarte y no comes nada. Te he visto botar el pan con queso que te llevas para comer camino a la u por las mañanas, en el basurero grande que hay afuera. Esos días, cuando llegas a la casa, dices que ya comiste. Yo sé que no, porque tu cara está más pálida y tus ojos más opacos que de costumbre.
No sé por qué sufres. Quiero saberlo, para poder ayudarte, pero no me dejas preguntarte nada. Te irritas cuando quiero saber más allá de tus notas en la universidad. Quiero ayudarte a querer vivir. Quiero que seas feliz, porque para eso te trajimos al mundo: para que seas feliz.
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