Hoy me viste morir otra vez. Yo te miraba desde lejos. Todo estaba nublado. Tenía los ojos bien abiertos. Parece que se me notaba que estaba asustado. Tú me mirabas y cada vez se te ponían más brillantes los ojos. Qué pena que me vieras así. Yo tan flaco y tan pelado, con cara y cuerpo de muerto. Estaba sentado no sé dónde y no sé por qué, tenía el pecho descubierto. Un hilo de sangre brotó del centro de mi frente. Como un disparo silencioso. Un disparo iluso. Un disparo que era un pretexto para morir.
Tú llamaste a tu mamá a gritos. Ella no venía. No te escuchaba. Y tú seguías gritando. Corriste hacia mí. Me abrazaste fuerte, como nunca lo habías hecho, pero como siempre habías querido hacerlo. Yo quería devolverte el abrazo, pero mi cuerpo no respondía. Me abrazabas y llorabas como niña chica. Te aferrabas a mí, como si yo pudiera protegerte de todo. Pero no, no podía. La muerte me llevaba. Qué no hubiese dado yo por protegerte de lo que viviste hoy. Me viste morir. Otra vez. Aunque la primera no me viste. Sólo me tuviste muerto, inmóvil, inerte. Y hoy me fui otra vez. En tus brazos.
Tu mamá llegó y me sacudió. Me gritaba que despertara. Yo quería. Por un momento pensé que lo iba a lograr y vi una luz en tus ojos. Luego se pusieron opacos otra vez y supe que había muerto. En tus brazos. Llorabas como niña chica. Me hubiese gustado consolarte y decirte que todo iba a pasar, pero no. Tus gritos y tu llanto no me despertaron. La muerte sí que es irreversible. Sólo escapas de ella, para morir otra vez, como hoy. En tus brazos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario