Oye. No ha sido fácil. No es fácil. Sigue complicándome la vida esto de que no estés aquí. Todos los días tengo que volver a asimilar que no estás, que no me dirás guagüi, que no me dirás que yo voy a ser una gran profesional, ni que tengo que hacer redes sociales.
Desde tu partida tuve que aprender a vivir otra vez. Todos los días. No es fácil. No ha sido fácil. Cómo le explico a mis profesores, compañeros y amigos que no es que sea irresponsable, sino que llego tarde, porque tuve que aprender otra vez a guardar mis llaves, mi celular, mi billetera y mi BIP! antes de salir.
Que no me acuerdo de que tengo perro hasta que estoy a punto de salir y la veo ahí, muerta de hambre y sed, meneando su colita con cariño. Ahí me acuerdo de que hay que alimentar a las mascotas, sino, mueren de hambre y no es su culpa siquiera. Le doy comida a la perrita y aparecen las gatas, reclamando lo suyo. En eso, ya se me van cinco o diez minutos, porque no puedo evitar acariciarlas y hablarles mientras las alimento.
Después, salgo apurada, pero a los segundos, se me olvida que iba apurada y camino a paso normal y luego grotescamente lento, observando el mundo como si no tuviera nada más que hacer. Qué lindos colores, olores, llamativas personas, gestos, miradas, formas de caminar, todo me llama la atención como si nunca hubiese salido a la calle antes.
De pronto me acuerdo de que iba apuradísima y camino más rápido, pero ya da lo mismo, porque voy media hora atrasada igual. Y llego tarde y la excusa es que los remedios, que el sueño, que el metro, que mi hermana, que mi mamá... El punto es nunca decir la verdad: que sin tí, todos los días tengo que aprender a hacerme el ánimo de vivir.
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