y así como las cosas empiezan, también terminan. A veces mejor para unos, otras para otros. A veces, nadie sale bien parado. Quedan los recuerdos, buenos y malos, tristes, alegres y anecdóticos. Quedan los gestos, las miradas, las manos entrelazadas, los abrazos, los besos; todo dentro del corazón. Quedan las enseñanzas.
Quedan los momentos en los que quisiste huir. Quedan los momentos que quisiste que duraran para siempre. Quedan los sabores, los olores, las texturas, colores, sensaciones. Todo eso que queda, todo eso pasó. Quedan esas cosas únicas que entregó cada uno, que hacen de una relación entre dos personas, una burbuja con un mundo aparte, irrepetible.
Quedan tantas cosas que al mismo tiempo dejas ir. Quedan incluso los momentos que quisieras olvidar. Quedan los clichés y las cursilerías. Todo eso que pasó, todo lo que fue, todo lo que se terminó es lo que queda. Quedan las discusiones, las risotadas, las niñerías, las muestras de madurez, la compañía, la lealtad, los juegos, las mentiras, las verdades, las celebraciones, los cumpleaños, los tragos, las comidas, el cariño.
Todo ese pasado queda, aunque a veces te gustaría dejarlo ir, que te abandonara, que no te siguiera los pasos, que no estuviera en cada decisión, en cada movimiento que realizas durante el día. Imposible, se queda contigo, los recuerdos habitan en ti y no queda más que aprender a convivir con ellos. Mejor ni siquiera tratar de borrar todo lo compartido. Es así y punto. Ya pasó y aquí está. No queda más que decir gracias por todo lo entregado, consciente e inconscientemente, porque todo lo compartido, te hizo más fuerte, más grande, mejor persona. Sólo queda intentar no cometer los errores del pasado.
Yo no voy a tratar de borrar los recuerdos, sería borrar una parte de mí.
Gracias, de verdad.
domingo, 8 de febrero de 2009
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