Vivo encerrada. Soy una prisionera. Tengo cadenas en las manos, grilletes en los pies y una correa me aprieta el cuello.
Mis carceleros siguen cada uno de mis pasos, gestos y movimientos para ver si estoy intentando escapar otra vez. A veces me desespero y tiro y tiro...pero no llego muy lejos. La correa no me deja respirar, mis ojos se ponen rojos y a veces pierdo la conciencia. Cuando despierto, puedo respirar, mi sangre corre por mis venas sin dificultad, pero estoy otra vez al principio con correas de refuerzo. Tengo que empezar todo de nuevo para que vayan largando otra vez mis cadenas de a poco.
Estoy encerrada en una cárcel disfrazada de familia o de hogar, como le quieran llamar. Es la más dolorosa e inexplicable de todas las prisiones. Tus gendarmes dicen que te quieren, pero te ponen grilletes en los pies. Dicen que confían en ti, pero siguen tus pasos en el estrecho radio que tienes de movimiento. Dicen que quieren cuidarte, pero aprietan tus cadenas y no te asfixian.
Las justificaciones no me importan...¡¡¡quiero huir!!!
Siempre me dicen que soy tan loca, tan impulsiva, tan inocente, tan confiada. Así me amarraron al principio. Es que le podía hablar a cualquier extraño en la calle...y quizás qué me podía pasar...¿por qué no me dejaron crecer?
Después me convencieron de que yo no concía el mundo, desconfiaban de él y todas sus amenazas, de las que yo no me podría defender. Supuestamente tenía las herramientas, pero no confiaban en mis capacidades de poder usarlas.No las había usado...¡obvio! si nunca me habían dejado... No querían que sufriera.
Cuando se dieron cuenta de que al parecer tenía más capacidades de las que creían y sabía manejarme un poco mejor de lo que imaginaban, me apretaron con fuerza, me tiraron otra vez hacia ellos y me asfixiaba. Dejé de tirar para escapar, porque eso sólo me hacía más daño. Tenía que encontrar la forma, la estrategia para liberarme sin hacerme más heridas en el cuello y muñecas, sin dejarme más hemorragias en los ojos y las uñas, sin moretones por todos los tropezones y las caídas por los tirones bruscos.
Me gané su confianza y me enlazaron a otro lado. Un carcelero que tenía máscara de ángel. Parecía una luz brillante y salvadora, que me llenó de ilusión. Cuando me acerqué demasiado, sacó una cuerda y me enlazó, como a una res. Simplemente me alumbraba con una linterna y para darle un efecto más místico le puso papel brillante y de celofán como filtro. El papel brillante funcionó como espejo y me encandiló. Por eso cuando estuve otra vez presa, me di cuenta de lo que pasaba. Era una trampa.
Ahora de los dos lados me tiraban. A veces se ponían de acuerdo para tenerme encerrada un tiempo mis primeros carceleros y después, el segundo.
Ahora he tratado de soltarme de los dos lados y no resulta...me hacen daño, me aprietan, me ahogan y redoblan la vigilancia sobre mí.
Quiero huir
viernes, 27 de febrero de 2009
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