Un día ella decidió escribir, pasar a palabras en un papel todo lo que viera, lo que sintiera, lo que conociera y lo que pasara por su cabeza. Quería dar cuenta de que existía y que tenía que algo que aportar al mundo, que era valiosa por alguna razón. Quería que muchas personas la leyeran, que otras simplemente hojearan sus textos y otros que por lo menos conocieran los títulos. Quería dejar algo para que generaciones futuras tuvieran alguna prueba de lo que fue su paso por este planeta. Quería que cuando los gusanos hubieran devorado ya cada célula de su cadáver, hubiese algo que dejara huella de su vida. Una extensión de sí misma para seguir existiendo.
Escribiendo podría expresar claramente todo lo que quisiera. Sólo necesitaba lápiz y papel. Era su don, su arte y se sentía orgullosa de tenerlo. Se sentía orgullosa de ver que había algo que hacía bien. Sentía que era de esos talentos que podían ayudar al resto de la humanidad a conocerse a sí misma a través de ella. Qué fuerte, pero así era. Sentía que muchas personas podían interesarse en lo que ella tenía que decir.
Terminó dándose cuenta de que no quería escribir con el propósito de prolongar su existencia y servir al resto de las personas, sino que escribía, porque quería extender su vanidad, nada más. Se odió por eso, pero desde ese día escribió con la verdad y por el motivo verdadero. Quería plasmar sus creaciones en papel para poder adorarlas y dar la oportunidad a otras personas para que hicieran lo mismo. Para que adoraran su ego y lo hicieran crecer aún más.
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